lunes, 19 de septiembre de 2016

PRESAGIOS

        No pongo malos porque se supone que por definición lo son. También podían ser buenos, pero si lo fueran seguramente no estaría escribiendo esta entrada o posiblemente me referiría a los hechos en otros términos, qué se yo, Great Expectations, Cascarrabias´Kid in Wonderland, The Life and Opinions of  Tristam Cascarrabias, Captains Corageaus, Etc. Convenimos entonces que si ponemos presagios en el título, no es necesarios adjetivarlo en modo alguno, pues son de por si malos.


      No es que se me dé bien el inglés ni sea un aprendiz de petimetre, pero la historia empieza precisamente ahí, a la sombra del Gran Benjamín, donde acabo de pasar unos días con mis hijos. ( El lector avezado habrá notado que he omitido la expresión de vacaciones entre la palabra"días" y  el complemento "con mis hijos", porque en ningún momento lo fueron; al contrario, fue más duro que hacer la mili en verano en Melilla. Dudo mucho que un torero en plena faena atesore más temple del que yo hice gala en Hyde Park, o en el Observatorio de Greenwich, aguantando las arremetidas de mi hijo adolescente).



    Mira que me lo habían advertido, mira que estaba requeteavisado, pero los humanos sólo aprendemos cuando la experiencia recae en nuestras propias carnes, a Cascarrabias´Kid le ha llegado el tiempo de la adolescencia y yo no estaba ni intelectual, ni afectiva, ni anímicamente preparado para esa estación del año. La intempestiva tormenta me ha pillado con ropa de entretiempo, un paraguas con las varillas rotas y en el extranjero. ¡ Me caso´n los hijos de la Gran Bretaña!

    El muchacho se pasó todo el viaje o chinchando al hermano -actividad en la que ha descollado desde su más tierna infancia donde podía ocupar por derecho propio lugar señero en la galería de insignes cargantes- , o discutiendo con su progenitor, así, sin más, o una cosa u otra, o tocando los bollocks o just contradicting, sin solución de continuidad. En el primer caso tenía que esforzarme por proteger al hermano de las arremetidas chulescas e inacabables del púber, y eso que el Agente Naranja debía estar bajo los efectos del síndrome de Estocolmo, porque el muy memo estaba encantado con la situación, ¿ o debería decir asedio?. ¡ Caña al mono que es de goma!, debían pensar. Y por si no lo habían notado el monkey era me. En el segundo caso, debía armarme de paciencia para no arrancarle la cabeza cual gamba de huelva. Cualquier excusa era buena para echarse al monte y liarse la manta a la cabeza, cada paso que les saqué por las calles de Londrés me costó un mundo, cada museo, cada piscolabis, cada admonición, cada comentario, era motivo de refriega y de fuego graneado. Le miraba y no me lo podía creer. ¡ Me costaba reconocer a mi propio hijo! Quién diablos era aquel monstruo que había venido conmigo de viaje. El tío cojia carrerilla y no hayaba límites, entraba en bucle, se retroalimentaba con sus propios argumentos y acaba haciendo, como se dice vulgar y muy certeramente, una montaña de un grano de arena. Al principio trataba de hacerle entrar en razón, pero al poco no tardé en darme cuenta que la misma razón que yo esbozaba para atemperarle podía ser un grano peripatético sobre el que edificar la más descabellada de las montañas. Eso sí, andar, anduvo, musear, museó, comer, comió, disfrutar, disfrutó. Eso sí, la próxima vez le compró un móvil y que se dedique al rap. 

     He de reconocerle al muchacho una habilidad excepcional para urdir argumentos, incluso empleando las mismas palabras y razonamientos que tantas veces había oído salir de mi boca para reconvenirle, pero retorcidas, manoseadas y tergiversadas con habilidad de político chusco o jurisconsulto embustero. Churchill, tiembla, que no sabes con quien te las tendrás que ver que a partir de ahora: "Never was so much owned by so many to so few" Le creo capaz de eso y de más. Aunque él claro, en su cerrilismo, manipularía el sentido a su manera: Nunca se debieron tantas (ampollas),  por tantos (pasos), a tan pocos (placeres).



     Siempre me ha agradado la flema británica y su fino y sagaz sentido del humor. Hoy mismo me procuparé un libro de Jonhatan Swift para inspirarme y plantarle batalla: A Modest Proposal for Preventing the Children of Poor People From Being a Burthen to Their Parents or Country, and for Making Them Beneficial to the Publick. ¡Qué se prepare!

viernes, 9 de septiembre de 2016

Niños grandes, problemas grandes ( capítulo 2 y último)





Y efectivamente, a medida que crecen los muchachos, uno se va desentendiendo de lo cotidiano, lo que no es poca liberación, porque se arreglan por sus propios medios, se van dispersando en el tiempo los problemas, haciéndose más esporádicos, se convierten en la excepción y no en la norma, pero cuando estos se producen, su gravedad es cada vez mayor y por más que uno crea que ha hecho una gran acopio de experiencia y que está preparado para todo, la realidad es muy diferente y acaba comportándose como un recluta torpe con un fusil que no sabe manejar con el que debe apuntar al objetivo correcto y cargarse el problema con la acción o el consejo adecuado. Casi nada. Qué razón albergaba el lacónico dicho de mi hermana.

Primer botón. En el mes de abril de esté año el Agente Naranja luxó el brazo izquierdo doscientos setenta grados. Excepto el hueso, rompió todo lo rompible dentro de la articulación y seis meses después sigue con dolores, obligado a continuar haciendo ejercicios de rehabilitación y ya nos hemos hecho a la idea de que por muy bien que vaya la recuperación, jamás volverá a extender el brazo dañado al cien por cien. En fin, una gracia para un muchacho deportista de doce años.

Podría pensarse que qué culpa tiene el muchacho de haberse lesionado de esa manera. Y la tiene. Y mucha. La luxación se produjo haciendo lo que no debía, practicando parkour con su hermano y sus primos en un parque cercano a casa.  Y estaba avisado. No me había pasado desapercibido el interés que mostraban ambos cada vez que en la televisión salía algún video o noticia relacionada con esa actividad, o con la pandilla de jóvenes que en alguna ocasión habían estado practicando en el parque delante de casa  y estaban amenazados con las penas del infierno si eran descubiertos por mi menda ejecutando dichas prácticas.

Es tontería, sólo aprendemos de nuestros propios errores y ni aún así.

Segundo botón. El Agente Naranja se ha preguntado por primera vez quién soy yo, es decir, que ha tomado consciencia de su propio ser, que tiene la imperiosa necesidad de conocer cuál es su propio peso específico  sobre el mundo, que está buscando la equidistancia entre él y sus padres, él y su hermano, él y sus amigos y compañaros, él y la escuela, él y el deporte, él y él mismo, y esa búsqueda de la identidad, esa necesidad de encontrar respuestas, esa indagación que nos pone delante de muchos espejos que no siempre devuelven imágenes fieles, o sí, lo que no siempre tampoco es mejor, esa búsqueda de la esencia de uno mismo, suele ser drámatica, angustiosa, confusa, agotadora y aparentemente muy poco exitosa.

Cómo hacerle ver que de una manera u otra esa camino lo hemos recorrido todos, antes o después, que la respuesta no la tiene nadie más que él mismo, que no hay una sola respuesta clara, nítida y cerrada, si no muchas, que hacerse esa pregunta es bueno y necesario, aunque se sufra y uno no siempre entienda lo que le está pasando, que esa pregunta es sinónimo de hacerse mayor, de hacerse persona y que es tan importante encontrar una respuesta como relativizar la importancia, la certeza y la veracidad de la respuesta asignada. Cómo hacerle entender que esa pregunta le acompañara toda la vida, que será recurrente a lo largo de los años y que los argumentos y las conclusiones serán diferentes en cada ocasión, porque ni los intereses ni las circunstancias son los mismos y uno no es el mismo a los doce años, que a los veinte, que a los cuarenta o más tarde. Cómo hacerle entender que esa pregunta significa que ha empezado a soltar amarras, que Campanilla y Culo Gordo empezamos a estar en un segundo plano, que él empieza a ser el capitán de su destino, que nosotros debemos intantar no inmiscuirnos y que nuestro único deber es ayudarle a levantarse tantas veces cómo se caiga pero que en la aventura de descrubrir o construir una propia identidad, ni debemos marcarle al camino ni caminarlo por él. Ese trabajo, debe venir hecho de antes. ¿ Habremos hecho bien los deberes? Espero que sí, qué tenga las herramientas suficientes y adecuadas para poder las zarzas, derribar obstáculos y no dejarse cegar por la luz del sol, o lo que quiera que sea eso que brilla y deslumbra.

Bienvenido a la vida, hijo. Que la disfrutes.