domingo, 24 de noviembre de 2013

De pisporris y tiparracos



Igual que Julio Cortázar nos contó la historia de los cronopios y de las famas, alguien tiene que contar la historia de los pisporris y de los tiparracos.

Ambos especímenes son variantes del liante que esgrime la mentira para escurrir el bulto. El tiparraco es el individuo que cuando miente pretende inculpar a su interlocutor. El piporris es el mentiroso que necesita la mentira para tapar la gravedad de sus faltas.

Supongamos una situación sencilla. Has concertado una cita con una amigo a las once de la mañana en una cafetería de tu barrio. Tu acudes puntual a la cita y el otro no. El tiparraco se presentará media hora más tarde y tratará de convencerte de que en realidad habías quedado a las once y media, por muy enfadado que estés, la culpa es sólo tuya por haber llegado media hora antes. El pisporris habrá llegado tarde porque cuando se dio cuenta de que se iba a retrasar cogió las llaves de tu coche para hacerte el favor de que después tú pudieras regresar a tu casa con él, con tan mala suerte que al maniobrar en el aparcamiento subterráneo lo ralló contra la columna y al verte se disculpará por el retraso, dirá que no había donde aparcar, que tras estar más de media hora dando vueltas por la ciudad buscando una plaza libre, al final tuvo que ir al aparcamiento, te entrega en mano el ticket de pago y del rayonazo no te dirá ni mu.

A primera vista cabe pensar que la actitud del tiparraco es más censurable que la del pisporris, pero no nos dejemos llevar por las primeras impresiones. El pisporris tiene una tendencia natural para invocar la catástrofe nada desdeñable que lo hace extremadamente peligroso.

Hay verdades eternas y universales que rondan durante siglos o milenios fuera de nuestro alcance y alejados de nuestro conocimiento, flotando en el espacio como partículas independientes  y que de pronto, un bien día se acaban condensando, toman forma y se nos presenten con toda su clarividente certidumbre. La existencia de los tiparracos y los pisporris es un buen ejemplo de lo que estoy hablando. Hasta este viernes sospechábamos de su existencia, pero jamás su presencia se había hecho tan patente.

Estábamos en la oficina. Estaba siendo una semana de trabajo intensa, era ya viernes por la tarde y todos estábamos cansados. Aida hablaba por teléfono con Cristi Langstrumpf. Al parecer se le había olvidado realizar una gestión importante, pero la culpa era de mi compañera por no haberle proporcionado la información a tiempo. Al colgar el teléfono la conclusión era evidente.

- Tiparraca.

Luego vino a la oficina Micky Inciso. Le contó al jefe otra historia fantástica para justificar que había llegado tarde, cuando el jefe ya sabía que lo que traía era una bonita multa bajo el brazo.

- Este tío es un pisporris. Concluyó con acierto profético.

A partir de ahí nos pasamos el resto de la tarde clasificando a clientes, colaboradores y compañeros entre tiparracos y pisporris con dedicación de entomólogos. Ojalá todas las semanas pudieran concluir en un ambiente tan estimulante y científico.

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