viernes, 3 de octubre de 2008

EL PLANETA DE LOS SIMIOS


Definitivamente la ubre ha dejado de dar leche. El crack del 2008 era algo más que un crisis, era un premonición. Se veía venir, pero no fue el único síntoma del desastre. El precio de los alimentos por las nubes, el carburante escaso y caro, el clima trastornado y, el remate, la banca fundiéndose alegremente los ahorros de todo quisque. " No money, no fun" Lo empezaron diciendo las putas a sus clientes sin posibles y acabó convirtiéndose en una sentencia bíblica; sin parné se acabó la diversión, comenzó la debacle.
Europa, América del Norte y Asia prácticamente en su totalidad se han convertido en un erial. Mientras tanto, los políticos se olvidaban de tomar las decisiones que eran realmente importantes y necesarias; o se engañaban pensando que nada de lo que estaba pasando era tan grave y pagaban a otros para que publicaran y defendieran que todas las alarmas carecían del más mínimo fundamento; hipotecaron el futuro de sus países y de sus ciudadanos. Ahora ya es demasiado tarde. Hace tiempo que se ha hecho tarde e irreversible.
La pobreza y la escasez extrema han diluido las naciones en estructuras tribales. Ya no queda nada que gobernar. Ya se han dicho todas las mentiras. La verdad es obstinada y evidente: se llama hambre. Una junta de vecinos es lo más parecido a una estructura de gobierno. Gestionanan la muerte, el pánico, las estrategias de defensa, la inmundicia que les invade y ejercen un justicia instantánea e improvisada que sólo conoce la pena capital y el destierro cuando sobreviene el menor síntoma de una enfermedad entre alguno de sus miembros.
La gente ha perdido hasta la memoria. Se adapta. Esto es lo que hay, ¡para qué evocar la opulencia, los buenos manteles, las bibliotecas, los viajes a la luna, la fe, una tarde en el cine, una pinacoteca, una sonata de violín, toda la tecnólogía y la grandeza humana que se escondía en una resonancia magnética, en una vacuna! Pura vanidad, un estorbo, ¡ ganas de alimentar la mala conciencia! El hombre de norte se ha animalizado sin perder un ápice de su dignidad, de su amor propio, de su pertinaz orgullo, esto es , de su instinto depredador y asesino. Del hombre del pasado sólo se ha salvado la violencia.
Los centros de actividad económica han emigrado desde la latitud 40º hasta el trópico de cáncer. Los desórdenes meteoreológicos y la singularidad del desierto han favorecido el desarrollo de fuentes de energía baratas, eficaces y prácticamente inexportables. Energías volátiles y efímeras que vinculan estrechamente los centros de producción al territorio que las generan. El Chad y Sudan son dos nuevos iconos de la nueva pujanza económica mundial con una actividad industrial desembocada. La arquitectura del neón, el oropel y el exceso conquista el paisaje del desierto. La población local ha cambiado la vida nómada y precaria por el "Master Business Administration". Los nuevos gobiernos y su tejido industrial tienen el dinero por castigo. La Mezquita de Córdoba la compraron de saldo y luce ahora a las orilla de un Oasis del Sahel. El obelisco de Napoléon ha regresado a su emplazamiento original en Egipto. El nuevo orden mundial es musulmán y de piel aceituna o negra. Los siervos de Allah ya no dan miedo, sino envidia. En la conciencia de los hambrientos de Europa su pujanza adquiere dimensiones de leyenda.
Los movimientos migratorios de norte a sur no han tardado en surgir. Los viejos barcos atuneros transportan cientos de individuos hacinados y sucios desde Barbate, Motril, Sciacca, Taranto, Durrës o Patras hasta las costas africanas. Los primeros emigrantes no fueron mal recibidos, al contrario, eran una mano de obra sumisa y necesaria. Afortunadamente los pueblos de cultura musulmana son hospitalarios.
Al principio la presencia foránea pasaba desapercibida. Era silenciosa, agradecida y trabajadora. Los convivencia era pacífica. Luego se tornó tumultuosa y desordenada. El mercado laboral no siempre tuvo la capacidad de integrar a tanta gente y las costumbres que venían del norte chocaban con la cultura local. Se les tildaba de sucios, de bárbaros, de depravados, de herejes. Sus mujeres no conocían ni recato ni decoro y la integración de los chiquillos en los colegios encontraba todo tipo de dificultades. Surgieron los primeros movimientos extremistas que les rechazaban. Sus encendidos discursos recordaban la época en que habían conocido la esclavitud y el genocidio, los barcos que partían con multitud de compatriotas hacinados desde la isla de Goree hasta el continente americano, los siglos de lucha entre el Islam y los cruzados, la humillación que sus hermanos habían sufrido en Palestina, la ocupación, las matanzas, al asfixia vital, el holocausto del pueblo palestino. La convivencia se agrió y comenzaron los intentos de frenar los movimientos migratorios. Se prohibieron las reagrupaciones familiares y los guardacostas vigilaban las principales rutas de tráfico de inmigrantes tratando de frenar la marea. Los barcos atuneros en los que viajaban cada vez eran más viejos, inestables e inadecuados para la navegación. Los puertos de partida cada vez estaban más alejados y las singladuras cada vez eran más largas y arriesgadas. En las abandonadas almadrabas del meditarréno era habitual encontrarse cadávares de naúfragos enredados y comidos por los peces, familias enteras y niños que presentaban quemaduras espantosas en sus rosadas pieles caucásicas. No había para ellos ni lástima, ni piedad, sólo rechazo. El hombre blanco era sinónimo de problema o de enfrentamiento o de delincuencia. Lo mejor es que volvieran a sus tierras, con sus indecorosas costumbres, sus malos modales y sus miserables dioses. Por el bien de todos.