domingo, 11 de enero de 2015

Don Miguel de Cervantes lee a Rulfo




A don Miguel no le permitieron emigrar a la Nueva España cuando salió de la cárcel acusado de distraer dineros de la Corona. No gozaba por ello de mucha prédica entre los funcionarios de la Hacienda Real, ni tampoco de aquellos otros funcionarios que debían rubricar su autorización de embarque. A esas alturas de la vida don Miguel estaba viejo y cansado, y sin embargo aún pervivía en él el espíritu aventurero y conservaba intactas las esperanzas de que la siguiente empresa que emprendiese, por descabellada que fuera, sería la definitiva. 

La primera edición de “El Ingenioso Hidalgo”, por contraste, viajó profusamente en los barcos que cruzaban la mar océana. El libro de Don Miguel, como todas las novelas, poemas, obras de teatro, en fin,  como todas las obras de ficción que hacían volar la imaginación de los plebe más allá de sus propias expectativas, estaban proscritas por la autoridades civiles y eclesiásticas españolas que debían dilucidar cómo colonizar el imaginario de lo que acabaría siendo un Nuevo Mundo:  el edicto determinaba que la única lectura permitida en las nuevas Tierras era la Biblia. La Inquisición tenia una solera incontestable a la hora de saber cómo velar por la pureza de la grey y los peligros de los que había que descargar a las almas cándidas y aún no contaminada de los indios, que carecían de toda defensa para discernir la verdad incontestable del Libro Santo, de la falsa y tentadora de las ficciones. El Don Quijote, por tanto, viajó de contrabando oculto en el pañol de los barcos y tuvo una difusión prodigiosa y clandestina.



Las noticias, historias, enseres, objetos, animales y habitantes que traían los barcos que regresaban de América eran tan sugerentes como la más fantasiosa, maravillosa y mágica de las novelas; un profuso bestiario, un desafío para el supersticioso entendimiento del mundo civilizado. Era el nuevo mundo en realidad el que estaba conquistando con sus novedades y su riquezas la vieja Europa, y no al revés. Al final lo que partió de Palos de Moguer fue una refinada versión de la enfermedad, la violencia y el fanatismo, virtudes bien conocidas y practicadas por cualquier ser humano en todo el orbe, conocido o bárbaro.

En manos de don Miguel cayeron a la vuelta de uno de aquellos viajes unos papeles firmados por un tal Juan Rulfo que contaban una historia de vivos que hablaban con muertos en un pueblo de extraños campesinos, sol y polvo. ¿ O era una historia sólo de muertos ? De no ser por la sorprendente similitud de caracteres entre los castellanos pobres que él conocía y los indios sencillos y brutos que aparecían en la narración, hubiera pensado que aquellas páginas las había escrito un demente, un ser de otro mundo o de otro tiempo, o que lo leído, como las malas noches, era un castigo sin piedad de su arrebatada y clarividente imaginación. Aquellas páginas. Aquellas páginas. Qué pluma había tramado aquella historia. No era fácil de entender, se le escapaban muchas palabras, había giros en un castellano inventado, los campesino hablaban mal, peor que un yangüés vizcaíno, el discurso no era lineal, los capítulos habían sido sustituidos por párrafos, era como si los folios estuvieran desordenados adrede, el foco cambiaba de un personaje a otro, abundaban las mujeres y su punto de vista, la tierra era tan importante y protagonista como el secarral de La Mancha, en las frases había audacia, sabiduría, crueldad y miseria, en los personajes que lo poblaban solo brutalidad, procacidad, pobreza y ningún temor de Dios.

La primera sensación fue como estar leyendo algo similar a la Historia Natural de Plinio. Aquel habitante del Imperio Romano que murió por causa de su impertinente curiosidad: el barco en el que navegaba se acercó demasiado al volcán del Vesuvio, en plena erupción, en la bahía de Nápoles.  Su afán de veracidad le llevó a arrimarse demasiado al suceso que espera conocer y luego contar. Q.E.P.D. Plinio había descrito en sus numerosos libros a todos los seres vivos de los que había noticia en el mundo antiguo: unos pocos los había visto en sus viajes por las provincias Narbonense, en el África, en la Tarraconense, o en la Galia belga; otros pocos los había visto en los circos o en los desfiles con los que los emperadores romanos celebraban sus victorias, pero la inmensa mayoría de los animales, peces y aves que da a conocer los había conocido en la procelosa atalaya de su biblioteca y en el relato sorprendido y inexacto de viajeros y de algunos aborígenes importados.  Buceando en unos libros y otros, comparando las fuentes, había escrito el mayor compendio de flora y fauna de la antigüedad y el resultado era una descripción peculiar que mezclaban el rigor y el delirio, la fantasía y la ciencia. Un puro placer para el lector de ahora y de siempre. “ Hay un pez muy pequeño que vive en las rocas llamado rémora (…) En una ocasión detuvieron, adhiriéndose a  ella, una nave que venía a toda vela y llevaba jóvenes nobles para ser castrados por orden de Periandro; los moluscos que rindieron este servicio reciben culto en el templo de Venus en Gnido”. Como Plinio, Rulfo debía ser un entomólogo de salón que describía un mundo, mezcla de otros mundos escritos o soñados, pero con la contundente apariencia de veracidad del que sólo es capaz la verdadera y auténtica literatura. Aquella páginas. Aquellas páginas.


Un deslumbramiento similar al que experimentaba don Miguel al leer a Rulfo, lo experimentaría Laurance Sterne años más tardes cuando leyó su Quijote. El resultado fue el Tristam Shandy, otro libro delirante e inspirador. Don Miguel se había servido de la figura inventada del historiador Cide Hamete Benegeli para justificar la existencia de la historia de Don Quijote. Don Miguel había sido un soldado de la Corona, que había luchado en Lepanto, había perdido un brazo, había sufrido cautiverio en Árgel, había sido recaudador de impuestos en Andalucía y había sido acusado y preso por no ser preciso y diligente al rendir cuentas. ¿ Pero ese tal Rulfo no sería otro moro chusco dado a escribir apócrifos?, ¿ quién se escondía detrás de ese nombre? Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno. Jamás había oído hablar de él, pero qué se puede esperar de una persona que cuenta una historia de hijos bastardos cuyas madres viven el estigma de la vergüenza con orgullo y naturalidad, mujeres desveladas por la angustia de que el patrón elija a otra para forzarla esa noche, muchachas resignadas a su perro destino, mayorales dispuestos a cualquiera tropelía por complacer a su patrón, sin esperar más premio que una amenaza o un desdén o la intención de ver agrandada la fama del malhechor, un padre que permite al único hijo que ha reconocido crímenes dignos de su propia leyenda,  un hombre que venera a una mujer que en su imaginación no dejó de ser hermosa, a pesar de haberse vuelto loca, ausente y desdeñosa, un hidalgo sin fortuna ni instrucción que fundamenta su poder en el abuso, la amenaza, el engaño y la sangre, un hombre del clero que empuña las armas para comandar una partida de bandidos que luchan contra sus señores. ¿ Eran verdaderamente así los indígenas del Nuevo Mundo? ¿ Era ese el legado de la Corona de las Españas?

A don Miguel aquella lectura le parecía hipnótica. Su lengua iba cabalgando de frase en frase, que se sucedían con una lógica implacable, y se iba abriendo paso tropezando con algunas palabras, con las ideas y con su propio asombro. Por una parte valoraba en su justa medida las páginas que tenía entre manos, por otra cavilaba acerca de la rudeza desnuda que venía reflejada en sus páginas. ¿ Era aquélla una característica general del género humano, también al otro lado del mar, o había sido espoleada por la expediciones colonizadoras organizadas por la casa de los Habsburgos? Don Miguel estaba desconcertado. Aquellas páginas eran pura literatura y sin embargo, contravenía todas las normas que hasta entonces él consideraba que regían las Artes, las mismas que sin perseguirlo expresamente, él mismo había conculcado. El arte tiene una función estética, pero también social y moral . Dónde estaba la moralidad en aquella sarta de bárbaros. Si aquellas páginas conculcaban las normas sobre la verdadera literatura que exponía Aristóteles en su Poética, sin dudarlo, lo que convenía volver a revisar era la Autoridad de la propia Poética. En todo caso, en aquellas páginas era imposible rastrear las huellas de la influencia de su propia novela. Sin embargo rezumaba de la frialdad y de la falta de compasión del Viejo Testamento. 

martes, 6 de enero de 2015

Navidad 2014


Lo mejor es que ya han pasado y seguimos aquí para contarla. No han sido una malas navidades, de hecho, las he conocido mucho peores. Han sido unas fiestas diferentes. Por ejemplo, todos los miembros de la familia conocen ya que los Reyes Magos existen pero que somos los padres. Sucedió allá por octubre. Campanilla y yo conspirábamos en la cocina y vino el Agente Naranja a cortarnos el rollo. La pregunta del millón cayó de sopetón.

 - ¿ Es verdad que los Reyes sois vosotros?

   Transcurrieron nano segundos entre el sonido de la última letra, desde que se oyó el eco de la entonación, de su cortante interrogación, hasta  que le confirmamos la veracidad de los hechos, y en sus mirada, que se cruzó temblorosa y anhelante con la nuestra, habitó toda una dolorosa eternidad. La verdad es que nos había pillado de sorpresa, que no nos lo esperábamos, ni en ese momento, ni así, de sopetón, y a pesar de que en su miraba anidaba la esperanza de la mentira, del dulce desmentido, de alguna manera sabíamos que ese era el momento apropiado y que estaba bien así. Campanilla me miró. Yo la miré a ella. El Agente Naranja estudió la mirada que Campanilla se cruzó conmigo, buscó seguidamente la mía y ahí estaba, la confirmación del desastre. De algún modo estábamos convencidos que a sus diez años él ya sabía y prefería vivir en el engaño, pero resultó que no, que si había oído, había olvidado y si le habían dicho, no había escuchado. Había tanto desencanto concentrado en sus ojos, había una dosis letal de desengaño...

 - Agente- le dije señalando a Campanilla- saluda a su Majestad doña Gaspar. Y luego, haciénndole una colorida y barroca reverencia, me presenté.

 - Puedes llamarme Baltasar.

 - Entonces, ¿ es verdad?

 Lo era. Encajado el primero golpe, nervioso, frotándose las manos, en el umbral de la puerta de la cocina, con la seria sonrisa nerviosa, la segunda pregunta no se hizo esperar.

 - ¿ Y el ratoncito Pérez?

 Las carcajadas fueron tan exageradas que atrajeron a la cocina al cuarto en discordia: Cascarrabias´Kid. También él tuvo que corroborar que sus sospechas ya no tenían vuelta atrás.

 - ¿Y pagabais vosotros los regalos?, ¿ Y cómo hacíais para esconder los regalos?

 En ese aspecto las fiestas no han perdido la magia de los Reyes Magos, han sido diferentes, pero no peores. El conocimiento no ha eliminado el misterio de la epifanía familiar. Les hemos obligado a escribir la carta como todos los años. Y nos han llenado la nevera de notas, post it, folios. tachones, flechas, cambios de opinión, reafirmaciones, subrayados, en fin, que lo han vivido con una intensidad envidiable. En algunos casos ponían hasta el precio del regalo, porque aunque los reyes existan realmente por más que seamos los padres, el país está como está y la pela es la pela. Por otra parte, este año el adviento ha tenido la ventaja de que los dos hermanos han podido intercambiar pareceres sobre el tema por primera vez, algo que Cascarrabias´Kid, que se ha portado como un campeón estos dos últimos años guardando el secreto a su hermano, estaba ya deseando. La víspera, ayer, aún habíendonos ahorrado acudir a la cabalgata, los dos hermanos estaban nerviosos como siempre, no les cabía el alma en el cuerpo y por la noche, como no podía ser de otra manera, limpiaron los zapatos, cogieron hierba para los camellos, les pusieron un bol de agua para abrevar, les sacaron unos dulces a sus majestades y les escribieron la carta de agradecimiento de rigor.

Cito literalmente:

"Queridos Reyes Magos:

Valoramos vuestra sabiduría y esperamos que nos traigáis lo que hemos pedido. Sabemos que elegiréis los regalos que consideráis aptos. Esperamos que elijáis muy bien. Vuestros queridos súbditos y descendientes esperamos que os comáis la hierba, el agua con la lengua y que nos dejéis los bombones de coco.

Muchos besos de vuestros súbditos.

P.D. como no veamos el stratego os fusilamos".

Angelitos.

P.D. Las notas de Cascarrabiás han vuelto a los estándares esperados. Las del Agente Naranja, en su nivel.