jueves, 31 de marzo de 2016

El parnaso

Hoy me siento inspirado. No podía ser de otra manera, voy a dormir en el Monte Parnaso, el monte donde habitaban las musas y el preferido de los poetas. Estoy en Delfos, donde el oráculo, que no deja de ser otro montón de piedras, en un entorno de escándalo, donde a uno no le cuesta imaginarse lo que debío ser esto en su momento, una especia de Las Vegas en versión divina.

De todo el conjunto arquitectónico, me quedo con la fuente Castalia, cuyo nombre me es muy querido por ser el que daba nombre a la colección de clásicos de la literatura española que están en la base de mi formación lectora, quien sabe si humanística. Y con el estadio donde se celebraban los juegos Pithios, al parecer los segundos en importancia después de los Olímpicos. A parte del hermoso entorno y del buen estado de conversación del estadio, uno no puede dejar de preguntarse si en aquella época ya existían apuestas que distorsionaban la limpieza de la competición o si algún atleta tomaba algún tipo de sustancia prohíbida para reforzar sus prestaciones. Qué sé yo, concentrado de zumo de oliva presionado en frío. O brevas vendimiadas en luna llena. También me llama la atención que todos los restos arquelógios o arquitectónicos están relacionados o con el culto religioso o con la belleza: templos, exvotos, collares, cálices, etc. Ni edificios civiles, ni elementos de la vida cotidiana: casi todo el barro, el oro, el ébano, el marmol y el bronce, todo el esfuerzo humano dedicado a honrar a lo trascendente, que no deja de ser una manera de honrarse a si mismos.

Atenas queda atrás. Una ciudad agradable, pero con días suficiente. Llama la atención que a parte de las ruinas, no sé vea o salgan al paso en la ciudad, edificios emblemáticos, palacios, casonas, parques, estatuas, de corte moderno. Es una ciudad monocroma, monótona, sin grandes alicientes turísticos más allá de los puramente históricos.

Le he declarado definitivamente la guerra el Gyros. No más Gyros, ni pita, ni la madre que los parió. Los griegos son muy patriotas y en todos los sitios te ofrecen su plato nacional. También llama la atención que en muchos viviendas y edificios la gente cuelga la bandera de su país, pero luego paradójicamente, una gente tan patriótica, emplea todo tipo de nombres extranjeros en sus negocios: Peñarrubia, Amor ( era un sexshop), etc. No sólo en español, abudan también en Italiano Francés y por supuesto Inglés.  Abundan. Por mi lado me encanta descubrir en griego palabras que forman parte de nuestro propio acervo: taberna, cantina microcosmos minotauro, ánfora, etc.  De hecho, viendo el estado de las carreteras, estoy seguro de que el término "socavón" es griego puro.

martes, 29 de marzo de 2016

Porque lo llaman Partenon cuando deberían decir puzle

Insisto, en su momento debió ser un momumento de la mi madre, de hecho la Embajada Española y el Instituto Cervantes les han legado una placa en la que se recoge que el Rey Enrique no sé cuantos de Aragón en 1380 dijo que los monumentos de la montaña de Atenas eran la maravilla del mundo, pero hay que reconocer que la historia les ha tratado requetemal y no queda sombra de lo que fueron. Todos los turistas los miramos desde abajo hacia arriba, pero si de verdad queremos ver algún vestigio de su auténtica antigüedad, deberíamos centrar nuestra mirada en la base de los templos, y acaso ni ahí hayemos una sola piedra original. Y además no es tan buena idea, porque si bajas la mirada te encuentras con las fichas del puzle, con todas las piedras que han ido amontonando y que ni el tato sabe ya dónde van. Fijense en las fotos. Hay más pedruscos desperdigados por el suelo que en su lugar original


Con todo debo reconocer que el lugar impone. En parte por su monumentalidad, pero sobre todo por la patina de la historia. Llama la atencíon su grandiosidad, pero sobre todo los detalles, las pequeñas figuras, las decoraciones de los frisos, el esmerado trabajo en los dinteles, los revoques de los techos ( los que quedan, claro), los pequeños rasgos de miniciusidad que se adivinan entre tanto derribo. Y lo que lo hace realmente excepcional es el entorno natural, rodeado de acebuches, pinos, higueras, naranjos, cipreses, laureles y cedros que ayudan a que de verdad uno se pueda hacer una idea de cómo era la vida y el paisaje en Atenas en la muy gloriosa época de Pericles.

Fisionómicamente los griegos, por lo menos los atenienses, podían pasar por compatriotas sin problema. Es difícil encontrar en ellos rasgos que no podemos ver en cualquier lugar de España. Además son ruidosos, les gusta estar en la calle y tiene una comida variada, civilizada y sabrosa. La mayor difrencia se ve en las carreteras. Por ejemplo, para no adelantar en la mayoría de carreteras hay doble raya continua. Yo creo que se han quedado cortos. Y es importante saber que para poder trabajar en Grecia con una moto repartiendo pizzas es imprescindible ser daltónico. Y no digo más.

El final del día nos llevó a Saurio, al templo de Poseidon, donde nos congregamos todos los turistas a fotografiar el atardecer. ¡Es tan bonito de la muerte! Menos mal que después la cena prometía y cumplió las expectativas: el local, el condumio, y el paisanaje. Esto de viajar, empieza a estar francamente bien.

lunes, 28 de marzo de 2016

Del Cantábrico al Egeo

Aún no sé muy bien si todavía me gusta viajar, lo que sí sé es que no me gusta nada desplazarme. Se me pone mal cuerpo, duermo mal, me duele todo y pierdo lo que nunca en realidad llegué a tener: la paciencia. Hoy además el comienzo de nuestro viaje a Grecia salío torcido desde el primer momento. Ayer se me olvidó cambiar la hora del despertador y la mañana fue un puro sobresalto. Levantarse alterado, ducharse a la carrera, desayunar a disgusto y el taxi que nos llevaba a la estación para coger el autobús al aeropuerto llegó de milagro. Cuando llegamos al andén correspondiente, el autobús tenía ya las puertas cerradas y la marcha atrás metida. Por los pelos. Cuando salíamos, un caballero hizo señales al autobús para que parara de nuevo y el autobús se metío de nuevo en el hangar. Al parecer un imbécil se acababa de dejar un móvil olvidado en su taxi. Por cierto, era mi móvil.

No creo que sea un mal viajero. Todo buen viaje empieza con la lectura de algún buen libro y con el estudio detallado de alguna guía. Luego, cuando está uno metido de lleno en el ajo, tengo un buen sentido de la orientación, me organizo bien, suelo tomar las decisiones adecuadas, sé ordenar la prioridades a la hora de abordar los asuntos básicos de intendencia, logística o transporte y no tengo mayor problema para hacerme entender en cualquier sitio y en cualquier idioma de pastiche. Supongo que será una herencia de mis diez años de Boy Scout.

Venir a Grecia es como regresar al útero materno. Aquí está el origen de todo lo que somos. Junto con Roma y la Biblia. No juzgo, constato. Vengo con el prejuicio de que la realidad de la Grecia actual no se corresponde con la de la Magna Grecia pasada. Pero hay que reconocer que el contacto con los aborígenes en un primer momento no puede ser más cordial y satisfactorio, y se agradece, porque resulta un poco chocante caer en un país donde el alfabeto te resulta tan críptico y no entiendes nada. Reconozco también que la culpa no es de los griegos, es de nuestro sistema educativo, que jamás debió de perder un mínimo peso del estudio de las lenguas clásicas en el currículo: por lo que significan, por lo que les debemos, como cuartada para sumergirse en la cultura que nos parió.

A mi me hubiera gustado esta vez haber ido a Austria, pero en realidad eso no sería del todo viajar, es regresar a la que fue mi casa, cuyos paisajes me son queridos y cercanos, donde conservo amigos y afines, cuyo idioma me es suficientemente conocido y donde me muevo con facilidad.  Pero esta vez le tocaba elegir a Campanilla y su elección, poco a poco, ha ido calando.

Libro recomendado: Javier Reverte.  Corazón de Ulises.

viernes, 25 de marzo de 2016

Rara avis


Entre la soberbia y la vergüenza.
Un pastel de bodas en un día de difuntos.
Los huesos de santo están elaborados
con la misma calidad de azúcar,
y sin embargo, su Reino sí está en el mundo adecuado.

Tanta filigrana, tanta apostura
tanta flor glaseada, tanto merengue zul
tanta fruta escarchada,
tanta vanidad colorida y ungida
tan triste en la fiesta equivocada.
Una presencia incómoda en un funeral perpetuo.

Contempla en silencio desde una esquina apartada
cómo los chicos se divierten en el baile.
Ay si vosotros conociérais
el insípido sabor de la altivez desengañada.

miércoles, 23 de marzo de 2016

¡Señor árbitro!


Supongo que de todas los profesiones posibles, una de las que más teme una madre es que su hijo se haga árbitro de fútbol y ver su nombre todos los fines de semana arrastrado por los estadios como inmundicia. Cascarrabias´ Kid es árbitro de rugby en prácticas. Hace dos años nos sorprendió cuando nos mostró su interés por hacer el cursillo pertinente. Por aquel entonces tenía sólo once años. Nos informamos y nos dijeron que aún era muy joven, pero eso ya lo veíamos nosotros. Recurrentemente nos recordaba su interés y un día, al final de la temporada deportiva pasada, le señalamos al secretario de la Federación Asturiana de Rugby en el campo y le animamos a que hablara con él y le preguntara. Y lo hizo. Seguía siendo muy pequeño, pero eso ya lo veíamos nosotros. Este año nos enteramos de la organización del curso de la iniciación al arbitraje y consultamos, seguía siendo demasiado joven, pero lo aceptaron.

El rugby es el deporte más hermoso y divertido de practicar que conozco, pero es a la par un deporte complicado, con más reglas, excepciones y trampas reglamentarias que un juego alemán de cartas, con dos barajas. Las normas básicas son relativamente sencillas, pero los detalles, con tanto contacto físico entre los jugadores, con tantas jugadas que culminan en montoneras, con tantas posibilidades tácticas, son muy enrevesados. Definitivamente no es sencillo ser un buen árbitro de rugby.

 El curso duró dos semanas, varios días, varias horas al día y había que ir con los deberes hechos. Es decir, había que ir con el reglamento sabido y para comprobarlo había que presentar un certificado de la Federación Internacional de Rugby que puede obtener cualquier aficionado por internet, donde se debe superar un test sobre la normativa del juego. En el cursillo se enseñaba lo demás. Acudir al curso fue un sacrificio logístico para la familia y físico para el muchacho, pero la ilusión no conoce fronteras. Fue formal, asiduo y participativo. Y luego llegó el estreno. En los juegos deportivos de la Comunidad Autónoma debía arbitrar un par de partidos de categorías inferiores a la suya, supervisado desde la banda por un arbitro veterano que le daba la indicaciones pertinentes y valoraba posteriormente su labor. Pitó a chavales de la categoría sub10 que, lejos de lo que se puede pensar, no es nada sencillo, o más sencillo que pitar a personas de más edad, incluso adultos.  ¿Por qué? Porque en las categorías inferiores, en las que los muchachos se inician en la práctica de este bello deporte, tan importante como pitar bien es aplicar correctamente la ventaja y, sobre todo, hablar con los chavales y explicarles por qué han cometido infracción. Es decir, son categorias donde la parte didáctica es muy importante y donde es habitual que el arbitro pare el juego, coloque a los jugadores como figurantes por el campo, para explicarles cómo fue el movimiento que acaban de realizar, por qué constituye una infracción y cómo deberían haber actuado para evitarla. Casi nada. Además, como comentó después en casa, el campo es de dimensiones inferiores a uno normal, pero el juego es un correcalles continuo de uno a otro extremo y durante el tiempo de juego no paras de correr campo  arriba y campo abajo.


Un detalle importante. En el rugby se pita la infracción, no se interpreta la intención. La fatalidad forma parte del juego. En el fútbol una mano puede ser intencionada, o una falta, o qué se yo. En el rugby si se te cae la pelota hacia adelante, es avant, aunque se te haya resbalado, o si agarras al contrario por encima de los hombros, te juegas la expulsión, aunque el contrario se haya agachado justo en el momento en que te avalanzabas contra él. La norma es la norma y se sanciona tal cual. Desde mi punto de vista este hecho es una de las grandezas de este deporte y la base más sólida sobre la que se sustenta. Otro detalle importante. En el rugby es muy importante la ventaja. Si un equipo comete una infracción, si el equipo contrario conserva la posesión de la pelota, no se pita la falta mientras el equipo que posé la pelota no la pierda, para darle continuidad al juego. Es decir, la falta jamás puede beneficiar al infractor. Eso de las faltas tácticas no van con este deporte.


Pero la diferencia más radical entre arbitrar un partido de fútbol y uno de rugby es que desde que uno se inicia en el deporte oval, se le enseña que jamás, y jamás es jamás, se discute la decisión de un árbitro. Al árbitro se dirige siempre uno tratándole de señor. Desde el principio, sobre todo cuando los jugadores son más pequeños, los entrenadores son especialmente puntillosos con esos detalles y un jugador ni puede discutir con el arbitro una decisión, ni tampoco puede afearle un error o una jugada a un compañero de su equipo, ni por supuesto del contrario. Quien trasgrede esta norma suele acabar sacado del campo por su propio entrenador. El árbitro es respetado, aunque se equivoque, pero si se equivoca, el malestar se palpa tan bien como en cualquier otro deporte, aunque todos acaten y nadie te diga nada.

Así las cosas tenemos en casa a un ¡ señor árbitro!. Aún es muy pronto para adivinar cómo sabrá este melón, y todavía le falta consagrarse, es decir, vivir un partido donde todo sale torcido, por culpa de las propias decisiones,  y sientes las presion y la animadversion en el rostro de los jugadores, y muy a tu pesar tu siguiente decision es aún más desastrosa e injusta que la anterior, y a pesar del traspies y del dolor por los errores cometidos, eres capaz de reponerte y la vereda que conducía a tu vocacíon no se ve de pronto empañada por una pertinente niebla.



miércoles, 16 de marzo de 2016

El deber cumplido


No me considero una persona especialmente reflexiva, ni mucho menos tiendo a mirarme el ombligo, ese agujero insondable. Tampoco es que sea muy extrovertido, ni despreocupado, ni tarambana. Más bien, como decía ese Confucio televisivo de los luchacos, soy agua, me adapto a los situaciones sin llamar  mucho la atención. Yo soy Biguater.  Un tipo del montón, qué diablos.

Todo esto viene a  colación de que recientemente he vuelto a darme cuenta de otro rasgo contante de mi carácter. Fundamental. Si por fundamentales entendemos los detalles que te mantienen firme sobre la faz de la tierra y sin los que posiblemente seguiría siendo una persona, pero desde luego otra persona, qué se yo: Onfeier; o Laikaviryin, o Blodijel,  o si me apura Jolisit.  Pero no, el destino ha deparado que yo sea un Biguater de libro.

Si no hace mucho descubrí de mi mismo que tengo una necesidad vital de forzar el desenlance natural de los acontecimientos, de buscar tres pies al gato o darle siempre a la realidad sobrevenida una vuelta de tuerca más, recientemente he descubierto que en estos casi cincuenta años de mi vida el sentido del deber ha sido una constante en mi vida. Sé lo que quiero, sé lo que me gusta, busco el placer como cualquiera y me escaqueo como cada hijo de vecino , sin embargo, desde niño he tenido un alto sentido del deber, esto es, he sabido leer como nadie aquellas situaciones en los que la realización de una acción determinada dejaba de ser una opción para convertirse en una obligación.

Lo curioso, o lo que lo hace verdaderamente relevante, desde mi humilde punto de vista - ese otro agujero insondable- , es que creo que estas situaciones no las he vivido como un castigo, o una encrucijada o un dilema inabarcable, sino con una naturalidad incuestionable. Había que hacerlo y punto. Cuantas veces he ido a excursiones, cenas, reuniones visitas, ceromonias, funerales, actos, conciertos, tutorías, exámenes, citas, competiciones, despachos de superiores, iguales o subordinados, donde sabía o creía que ni iba conmigo, ni iba a sacar nada en claro, ni me iban a gustar o divertir, pero que de un modo u otro sabía que debía acudir, sin excusas, ni somatizaciones, ni revoluciones, ni negaciones, ni angustia, ni excepciones, porque por el motivo que fuera: amistad, valor, dignidad, curiosidad, superación, expectativa, hambre, aburrimiento, ansiedad, había que cumplir. Sólo uno mismo es capaz de saber lo que en ocasiones le ha costado sobreponerse a sus miedos, fobias, pánicos, excusas, fantasias, apatías, indiferencias, ascos, prejuicios, para hacer lo que de una manera a veces efímera, a veces frágil, a veces superficial la conciencia  dictaba como el mismísimo don Deber.

Y me gusta. Me gusta que haya sido así. Y espero que siga siendo así. Y he puesto mucho empeño para que mis hijos sientan en la piel ese  pellizco primitivo y sigan a esa estrella con la convicción de sus Majestades los Magos del Oriente: sin excusas, ni somatizaciones, ni revoluciones, ni negaciones, ni angustia, ni excepciones.

Y hacerlo , cumplir como un paisano, sé ahora que de alguna manera ha sido y es importante para mi.