miércoles, 16 de marzo de 2016

El deber cumplido


No me considero una persona especialmente reflexiva, ni mucho menos tiendo a mirarme el ombligo, ese agujero insondable. Tampoco es que sea muy extrovertido, ni despreocupado, ni tarambana. Más bien, como decía ese Confucio televisivo de los luchacos, soy agua, me adapto a los situaciones sin llamar  mucho la atención. Yo soy Biguater.  Un tipo del montón, qué diablos.

Todo esto viene a  colación de que recientemente he vuelto a darme cuenta de otro rasgo contante de mi carácter. Fundamental. Si por fundamentales entendemos los detalles que te mantienen firme sobre la faz de la tierra y sin los que posiblemente seguiría siendo una persona, pero desde luego otra persona, qué se yo: Onfeier; o Laikaviryin, o Blodijel,  o si me apura Jolisit.  Pero no, el destino ha deparado que yo sea un Biguater de libro.

Si no hace mucho descubrí de mi mismo que tengo una necesidad vital de forzar el desenlance natural de los acontecimientos, de buscar tres pies al gato o darle siempre a la realidad sobrevenida una vuelta de tuerca más, recientemente he descubierto que en estos casi cincuenta años de mi vida el sentido del deber ha sido una constante en mi vida. Sé lo que quiero, sé lo que me gusta, busco el placer como cualquiera y me escaqueo como cada hijo de vecino , sin embargo, desde niño he tenido un alto sentido del deber, esto es, he sabido leer como nadie aquellas situaciones en los que la realización de una acción determinada dejaba de ser una opción para convertirse en una obligación.

Lo curioso, o lo que lo hace verdaderamente relevante, desde mi humilde punto de vista - ese otro agujero insondable- , es que creo que estas situaciones no las he vivido como un castigo, o una encrucijada o un dilema inabarcable, sino con una naturalidad incuestionable. Había que hacerlo y punto. Cuantas veces he ido a excursiones, cenas, reuniones visitas, ceromonias, funerales, actos, conciertos, tutorías, exámenes, citas, competiciones, despachos de superiores, iguales o subordinados, donde sabía o creía que ni iba conmigo, ni iba a sacar nada en claro, ni me iban a gustar o divertir, pero que de un modo u otro sabía que debía acudir, sin excusas, ni somatizaciones, ni revoluciones, ni negaciones, ni angustia, ni excepciones, porque por el motivo que fuera: amistad, valor, dignidad, curiosidad, superación, expectativa, hambre, aburrimiento, ansiedad, había que cumplir. Sólo uno mismo es capaz de saber lo que en ocasiones le ha costado sobreponerse a sus miedos, fobias, pánicos, excusas, fantasias, apatías, indiferencias, ascos, prejuicios, para hacer lo que de una manera a veces efímera, a veces frágil, a veces superficial la conciencia  dictaba como el mismísimo don Deber.

Y me gusta. Me gusta que haya sido así. Y espero que siga siendo así. Y he puesto mucho empeño para que mis hijos sientan en la piel ese  pellizco primitivo y sigan a esa estrella con la convicción de sus Majestades los Magos del Oriente: sin excusas, ni somatizaciones, ni revoluciones, ni negaciones, ni angustia, ni excepciones.

Y hacerlo , cumplir como un paisano, sé ahora que de alguna manera ha sido y es importante para mi.



No hay comentarios: