domingo, 25 de octubre de 2009

De niños refalfiaos y de papás alibabá ( I )




Un niño refalfiao es un niño que no conoce la privación ni un "no" por respuesta, son niños que nadan en la abundancia de lo superfluo y lo tienen todo, absolutamente todo incluso antes de que surja en el niño el propio deseo de poseer los objetos que se les pone en las manos. Qué gran error. Nada alimenta más que el deseo y nada forja los caracteres mejor que las travesías personales por lograrlos. Si matamos el deseo, ¿ qué clase de niños estamos generando?, ¿ y si el niño desea y se le dice "no", qué sucede?, ¿ se rompe? La frustración es también una escuela necesaria.

La mayoría de los niños de hoy en día están todos refalfiaos, es un hecho.

La culpa no es de los niños, sino de los padres "Alibabá" o de los abuelos "Lámpara Maravillosa" que con que el niño frote un poco o se cumplen sus deseos o sacan el genio y los padres de hoy en día, o la sociedad en que estamos inmersos, no estamos preparados para soportar el mal genio de nuestros hijos, por eso los malcriamos.

Los padres de hoy en día no lo tenemos nada fácil, no es sencillo remar contra corriente, pero también podíamos esforzarnos un poco más. Es importante que los niños sepan que los recursos son limitados, que el dinero no sale de debajo de la piedras y que obtener ciertos bienes supone tener que renunciar a otros. Decidir es también una importante pedagogía. En fin, es importante que los niños sepan que, como las empresas, las familias tienen un presupuesto y que para poder disfrutar de unas cosas es necesario renunciar a otras.

Cascarrabias´Kid y el Agente Naranja gozan de un nivel de vida del que no gozaron sus padres a su edad. No es bueno ni malo, pero deben conocer que ese bienestar viene del esfuerzo, que los juguetes que disfrutan proceden del trabajo y del sacrificio de sus padres y que deben participar en la mesura y en la economía familiar, ¿ cómo?

Continuará...

viernes, 16 de octubre de 2009

Evolución


Como ibamos diciendo, lo del evolucionismo darwiniano es toda una fuente de continuas sorpresas. Por ejemplo, los niños de hoy en día ya no se mean en la cama. En mis tiempos, hasta nuestros buenos 8 o 10 años, siempre sufríamos alguna fuga vergonzante en el peor momento. Los niños de hoy en día vienen con los esfínteres soldados. Es apagarse la luz y obstruirse el conductos. En acto reflejo: oscuridad-cerrazón. Y desde una edad más temprana que sus procreadores.

Sin embargo, la naturaleza es sabia, pero no perfecta, y he observado y constatado fehacientemente, que tal cerrazón esfinterial no es total, sino que más bien se ha desplazado en el tiempo. Los niños ya no se mean en la cama, les entra las ganas a la hora de comer. Por lo menos a mis hijos.

No hay manera de sentarse a comer un día sin paseitos de ida y vuelta. Es ver el plato de acelga encima de la mesa y aflojarse el esfinter. Todo uno. Lo mismo sucede con el pure de verduras,con la coliflor, el repollo y todos los platos condimentados con cebolla visible ( si está bien picada, tragan) y pimiento ( rojo). No sucede así con las carnes y pescados, con la pasta ni el arroz. Es sorpendente, ¿no?

Y luego dicen que las verduras son buenas para todo. A mis hijos les tiene la vejiga trastornada.

Vivir para ver.

lunes, 12 de octubre de 2009

La risa




Me he aficionado a las novelas antiguas: Julio Verne, H.G. Wells, Lovecraft, Asimov, Bradbury, Arthur C.Clark. Son francamente entretenidas, y cómicas, muy cómicas. Todos esos visionarios que imaginaron un futuro tecnológico, cósmico y nómada se equivocaron de cabo a rabo. Los seres humanos hemos seguido evolucionando y nuestro cerebro ha sido capaz de desarrollar todas sus potencialidades. Los seres humanos hemos derrotado a la incertidumbre y hemos aniquilado las pasiones, comprendemos todo, lo sabemos todo, somos capaces de anticiparnos a todo y organizarlo todo. La vida se ha vuelto segura y terriblemente aburrida. El amor está planificado, el afecto no nos afecta y tampoco lo ejercitamos, no hay angustia, no hay miedo, no hay dudas, tampoco hay risa.

Los seres humanos de hoy en día ya no se ríen. No hay contradicción entre la realidad y nuestra percepción de esa realidad. Cualquier suceso está racionalizado, ningún suceso es capaz de hacer reir. En ningún caso.

La cosa es más sería de lo que parece. Si bien la risa humana fue fruto de la evolución del sistema límbico, a medida que el cerebro comprendía, poco a poco se iban atrofiando la amígdala y el hipocampo, los rostros se tornaban serios, los músculos flácidos de la boca nos cuelgan ya como los belfos de un dogo, el cerebro ya no segrega endomorfinas, no hemos conseguido desarrollar ninguna pastilla capaz de suplir los efectos de la risa, los cerebros se secan como la mojama, la gente se muere por falta de riego, toda la gente se muere, nos hemos estado extinguiendo poco a poco. Ya quedamos muy poquitos humanos. Qué ironía: la inteligencia nos está matando.

El que escribe estas líneas es un retrasado mental. Quiero decir que soy tonto, como tantas veces he tenido que escuchar, lo que quiero decir es que mi cerebro no funciona al mismo nivel que el de mis coétaneos. Es como si se hubiera quedado en un estadio precoz de la evolución. Vamos, que yo aún me puedo reir. Un caso de estudio dijeron. En fin, las burlas de la infancia se han tornado lanzas en la edad adulta. Trato de aprovechar cada día al máximo mis extraordinarias facultades, me regodeo en mi propia subnormalidad, me río, me carcajeo, desde que me levanto hasta que me acuesto, aunque reconozco que todo lo que está sucediendo no tiene ninguna gracia.

Por cierto, se me están agotando las reservas de chocolate. Hoy me tomaré la última onza.

jueves, 8 de octubre de 2009

Infancia y codicia



Que digo yo, que el Correa ese de la trama Gürtel de la que tanto se habla, cómo era de pequeño. ¿ fue un niño de buena familia o pasó penurias?, ¿ supo lo que es pelear con sus hermanos por el último resto de comida, se acostó alguna vez con hambre, se paraba en los escaparates de las confinterías como si mirase imposibles, iba al cole con remiendos, heredaba la ropa raída de sus hermanos mayores, sus libros de texto los habían escrito otros, acumulaba canicas como si fueran monedas de oro?, ¿ o tuvo una infancia plena, iba al parque con chacha, dejaba la comida en el plato sin que nadie le dijera nada, vestía como si todos los días fueran de primera comunión, tenía prohibido mancharse, tuvo los mejores juguetes antes que nadie, se aburría con el coche teledirigido a solas en su cuarto?

No lo sé. Pero si sé que la codicia, ese sentimiento tan extremo y debastador, tan obsesivo, se engendró en esos tempranos años, sean como hayan sido. A mayor escala, el delincuente que estamos conociendo, alimentó una semilla que estoy seguro que nacio en esos tempranos años.

Y eso es lo que me preocupa.

En mi infancia y en mi adolescencia, llevado por la codicia, cometí también acciones de las que me avergüenzo y sonrojo sólo con evocarlas. Afortunadamente, llegado a la edad adulta, he desarrollado un desapego asombroso por el dinero, la envidia y los bienes materiales. Pero sé, porque lo he vivido, que todo pudo ser de otra manera...

Y me preocupa porque tengo dos hijos en la edad de descubrir el mundo y transitar por todas las pasiones, incluida la peligrosa codicia. Cómo inculcarles que el dinero no es lo importante, cuando todos los estímulos les predican la opulencia. Cómo demostrales que el dinero es un medio, no un fin, cuando un cromo puede despartar la envidia más extrema. Cómo enseñarles que lo importante no es tener, sino conformarte con lo que tienes, cuando todo nunca es suficiente y los pequeños dioses reciben ofrendas y donativos todos los días.

Y si un día la fuente se agota, ¿ qué camino tomarán...?

martes, 6 de octubre de 2009

La Edad del Miedo




Igual que los antiguos tuvieron su Edad Media, su Renacimiento, su
Revolución Industrial o su Edad Moderna, estos años que nos está tocando
vivir podrían pasar tristemente a la historia como La Edad del Miedo.

Vivimos inmersos en el temor y la zozobra continua. Todos nuestros
actos más cotidianos e íntimos están condicionados por el miedo: miedo a
pasear por determinados parajes por los que probablemente jamás iremos,
miedo a adquirir alimentos en mal estado, miedo a caer enfermos o verse
infectados por síndromes inconfesables e improbables, miedo a que
nuestros ordenadores se constipen, miedo a la factura del móvil, miedo a
ser robados, agredidos, miedo a ser víctimas de un atentado improbable,
miedo a que les suceda algo a nuestros hijos o a nuestros familiares por
nimio e insignificante que sea, miedo a que estalle una guerra en el último
rincón del mundo que amenace aunque sea muy de refilón y cogido por los
pelos nuestras acomodadas existencias o miedo a que se activen de repente
alguno de los numerosos y pequeños peligros que sazonan nuestra vida
cotidiana. Tenemos miedo al miedo.

El miedo no existe, aunque a veces tengamos la sensación de que lo
palpamos, lo olemos y lo escuchamos. El miedo es sólo un estado de ánimo
y los estados de ánimo mutan, cambian, varían y, además de mutar, los
estados de ánimo son fácilmente manipulables. El miedo es una arma
poderosísima y alguien lo sabe. El miedo nos limita como personas, nos
coarta, el miedo condiciona nuestras decisiones, el miedo domina nuestra
consciencias, las invade, las acapara, las tutela. El miedo, en definitiva, nos
hace esclavos. Quien controle nuestro miedo, nos controla de una manera
efectiva y total. El miedo es un sentimiento muy primario que desencadena
respuestas muy primarias de autoprotección y supervivencia. Y alguien lo
sabe. Generar miedo es un negocio muy barato y muy rentable.

En el nombre del miedo, los gobiernos están legislando en contra de los
intereses y derechos que nos corresponden como ciudadanos. Por miedo
cedemos a nuestros gobernantes la tutela efectiva de nuestros derechos y
libertades a cambio de una seguridad ficticia, porque la seguridad absoluta
tampoco existe, ni nadie nos la puede prometer, ni dar, ni otorgar, lo diga
quien lo diga. La seguridad es tan subjetiva como el miedo. Ni más ni
menos.

En el nombre del miedo dejamos que los gobiernos vigilen nuestras
comunicaciones y tengan registrados todos los pedos que nos hemos tirado
desde el día que nacimos. En el nombre del miedo los gobiernos llenan las
calles de cámaras de seguridad, policías, guardias de seguridad. En el
nombre del miedo cada año aumentan las partidas destinadas a armamento
militar, en el nombre del miedo nuestras ciudades se vuelven poco a poco
más hostiles e inhabitables, en el nombre del miedo los medios de
comunicación nos bombardean día y noche en la doctrina del miedo, para
que tengamos en todo momento presenten los múltiples peligros que nos
acechan. Si en la edad media era el Diablo el que templaba la voluntad de
los hombres en la Edad del Miedo es el propio miedo el que nos encoge el
corazón.

Hoy más que nunca son necesarios líderes capaces de predicar la confianza;
políticos capaces de romper con la diabólica dinámica del miedo;
intelectuales que proclamen la verdad: que el peligro existe, que el peligro
siempre existirá y que es un componente más de la vida, como lo son la
alegría, el dolor, la felicidad o la frustración. El peligro siempre ha estado
ahí y tenemos que saber convivir con él. Millones de humanos lo han hecho
antes que nosotros, por qué no vamos a poder nosotros también.
Estoy convencido que el mensaje del miedo puede ser derrotado, que sólo
hay que proponérselo. Una sociedad capaz de convivir con el peligro – con
el miedo ya convivimos, no nos queda otro remedio – sería una sociedad
más libre, más creativa y más dichosa. Nadie dijo que vivir fuera fácil, pero
existen muchas alternativas mejores a una vida mediatizada por el miedo.