domingo, 26 de diciembre de 2010

Energias renovables



Esta mañana me he puesto unos pantalones de pana de los de toda la vida y me he ido de compras. Genero la suficiente electricidad estática como para abastecer una ciudad de doscientos mil habitantes durante todo un año. Exageraciones a parte, la situación no es del todo cómoda. No puedo sentarme en una cafetería para tomar un café porque saldrían chispas tan descomunales que podría acabar todo en una tragedia, en una explosión de consecuencias incalculables. Tampoco puedo ir de la mano de los chicos y es un engorro, esta época del año es propia de compras y grandes aglomeraciones y conviene llevarlos bien cogidos, pero nada más tocarles se les carda el pelo y los ojos hacen unos preciosos juegos de luces. Lo más sorprendente fue cuando una señora me dio las gracias. Estábamos en un comercio, ella estaba a mi lado y en menos de cinco minutos ya le había cargado el móvil. Un tipo con pinta de americano no perdió ripio de lo sucedido. Como supe luego se trataba de un ingeniero del Instituto de Tecnología de la Universidad de Massachusttes. No me lo quite de encima en todo el día. Todo el rato acercándome aparatos eléctricos cada vez más potentes sorprendido de la capacidad del efecto. Lo más sensato hubiera sido meterme en un probador y librarme de aquella fuente inagotable de energía, pero estoy seguro de que hubieran salido corriendo sin mi y no los hubiera vuelto a recuperar jamás. Me hubiera gustado volver en coche a casa, pero sólo pensar en el hostiazo que me iba a soltar en cuanto me acercara, se me quitaron las ganas y, además, no estoy seguro de sur capaz de conducir un Ferrari. Dicen que van a subir el uno de enero el recibo de la luz un 10 %, que si sube el precio del petróleo, que si el coste de generación, que si la rentabilidad de la energía fotovoltaica, en fin, que yo tengo en estos momentos la solución pegada a mi mismísimo culo. ¡Tantos millones en investigación y desarrollo desperdiciados!
La pana se va a poner de moda y, si no, al tiempo.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Salario



Trabajo en una oficina. Bueno, en realidad, como diría Cortázar, es la oficina la que me trabaja a mi y está haciendo un trabajo fantástico: con esto de la crisis me está dejando irreconocible. Por razones que no viene al caso, estas navidades nos pidieron echar una mano en los almacenes para poder sacar a tiempo unos pedidos. El trabajo en el almacén es duro y hace bastante frío. Hacerlo una vez al año tiene su encanto, es entretenido y te relacionas con compañeros con los que normalmente no lo haces y en un contexto de camaradería y distensión. Yo me llevé a los chicos.

El día anterior en casa les expliqué vagamente en qué consistiría el trabajo y pactamos un sueldo: dos euros y un pequeño regalo. Les pareció bien. Madrugamos, nos abrigamos bien y fuimos a trabajar. Era sábado por la mañana. A la gente le sorprendió verme llegar con los chicos y más de uno debió pensar que iban a ser más un estorbo que una ayuda. Desde el primer claro dejé claro que no. Nos asignaron una tarea y nos pusimos los tres a ello a buen ritmo y sin descanso. Una hora más tarde Cascarrabias´Kid ya había desfallecido. Media hora más tarde ya había un conato de rebelión.

A media mañana nos invitaron a todos a un pincho. Mientras duraba la pausa Cascarrabias´ Kid expuso que para el frío que hacía y lo cansado que era el trabajo, dos euros de sueldo era poco. Reconozco que yo mismo estaba sorprendido de su entrega y que en un primer momento había calculado que nos quedaríamos sólo una o dos horas trabajando y que luego les devolvería a casa. Le di la razón y le pedi que valorará el mismo cuál debía ser el sueldo justo según su opinión. Los ojos le hacían chiribitas y su hermano contenía la respiración. " Tres euros", aventuró. Joer con el sindicalista. Pedía un aumento del 50 % en las condiciones del Convenío Colectivo. La verdad es que se lo merecían y acepté. Tras la pausa reanudaron la labor con renovadas fuerzas.

Acabaron derrengados.

La experiencia tuvo muchas lecturas y todas positivas. Ellos no lo saben pero se ganaron el respeto de mis compañeros. Un respeto sincero. Experimientaron en carne propia lo que significa trabajar, lo que hacen su padre y su madre todos los días para poder irnos luego en verano de vacaciones. Escucharon con espanto que hay niños de su edad que hacen eso mismo todos los días, de lunes a domingo, por menos dinero del que ellos ganaron, para poder alimanterse. No es lo msimo que te lo cuenten, a que te lo cuenten despues de una mañana tan dura. Les conté que no todos los trabajos no son igual de penosos y que cuanto más estudia uno, mejor es su entorno de trabajo y, sobre todo, más posibilidades tienen de elegir.

Por cierto, el Agente Naranja no se quejó en ningún momento y se afanó con alegría y sin queja, sin desfallecer. Hubiera repetido si le hubiera dejado, sin la necesidad de la recompensa, por el puro placer del esfuerzo y de la compañía

viernes, 17 de diciembre de 2010

Responsabilidad




La semana pasada el Agente Naranja tuvo problemas con el menú. Nos levantamos de la mesa y se quedó en la cocina esperando a que el entrara el hambre. En el salón echaban una de 007 y, vaya por Dios, no le entraba el hambre. Miraba por la rendija, quería ver la peli, estaba incómodo y el apetito estaba de nones. Qué hacer. Entró en el salón en medio de una escena de acción y anunció que ya había terminado.

Le acompañé hasta la cocina y efectivamente le plato estaba vació. Pero me olió a chamusquina y el pescado estaba donde mi imaginaba, en el cubo de la basura. El tío se cree que la policía es tonta.

Se quedó de piedra. No se lo esperaba. No le dije nada, pero creo que estaba tan arrepentido que si le hubiera dejado se hubiera puesto a comer de la bolsa de la basura.

No me enfadé, no le levanté la voz, pero le castigue. Se quedó sin propina, sin peli y sin ir a ver el partido del Real Oviedo. Ni rechistó. Arrepentidos los quiere el Señor.

Luego, por la tarde, le llamé al confesionario. Él tío ya debía estar extrañado que no le hubiera soltado el rollo antes. "Lo peor de lo que has hecho es que has dinamitado tu crédito" y e expliqué lo que es la confianza y la importancia que tiene que la gente siempre en cualquier circunstancia confíe en tí. Para mis adentros pensé que esto mismo yo no lo aprendí probablemente hasta que cumplí la treintena, asi que no se trataba de machacar al muchacho, pero sí de ir sentando unas bases.

En un primer momento el castigo que le impuse me pareció un poco excesivo y me plantee rebajárselo, pero luego, viendo como se las gastan los chicos de la navegación aérea, estoy convencido de que hice lo correcto. Porque en esta sociedad se ha perdido absolutamente el sentido de la responsabilidad y es grave, porque si somos libres para decidir sobre nuestros actos, debemos estar dispuestos a apechugar con las consecuencias. Si consigo que los chicos sean capaces de entender esto, les habremos hecho un gran favor. A ellos y a la sociedad.

La foto que ilustra esta entrada es un buen ejemplar de Amanita Phaloides. Define bastante bien mi estado de ánimo y lo que pienso de estos tiempos oscuros.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Contrabando



Sabían perfectamente lo que iban a buscar. Planearon la operación como en otras ocasiones. Las diferentes unidades de la Guardia Civil salieron de sus cuarteles a la hora que estimaron oportuna, pero confluyeron en la Cañada todos a la misma hora, con puntualidad británica. La llegada en vuelo rasante del helicóptero era la señal convenida. Al punto el poblado de chabolas se vio rodeado de guardias a caballo para impedir las fugas campo atraviesa y los jeeps con las unidades de élite tomaron el poblado en manada por cualquier camino o vereda practicable. Los secretarios judiciales en una tercera etapa levantaron acta de las montañas de cobre robado con cierta desgana, por pura formalidad y mostraban la misma ansiedad y nervisosismo por el éxito de la operación. Al poco tiempo, tras los primeros registros e interrogatorios, empezaron a aparecer afortunadamenten los primeros ejemplares: Ana Karenina, Luz de Agosto, Los Budeenbrook, Las Ilusiones Perdidas,La Sangre Ajena y otros.

El chivatazo que había desencadenado una operación de tal magnitud había sido muy preciso y tenía más visos de verosimilitud que en ocasiones anteriores. La operación se podía considerar un éxito. Las autoridades se habían incautado de casi mil ejemplares, algunos de títulos señeros y la mayoría en muy buen estado de conservación. Los habían encontrado en cámaras,j unto con los puros y las botellas de champán francés con las etiquetas desgastadas.

Los libros eran cada vez un material más escaso, peligroso y difícil de colocar en el mercado. Quienes traficaban con libros, lo sabían y eso hacía su posesión más valiosa y su valor más elevado. El cártel de los Charlines obstentaban desde hace meses la hegemonía en el mercado literario. Colocaban best-seller a mansalva y con sospechosa facilidad. Alguien dentro de la banda había tenido una idea brillante y se había apoyado en el clan de los senegaleses para sondear el mercado y colocar la mercancía. Quiénes mejor que los senegaleses, que se pateaban todos los días las zonas más escogidas de la ciudad tratando de vender sus baratijas y sus prendas falsificadas. Los morenos, de tanto insistir, acababan siendo personas conocidas y aceptadas, allá donde entraban, como algo cotidiano. Algunos les compraban alguna cosa, otros se los quitaban de encima con cajas destempladas, muchos les llamaban por su nombre y charlaban juntos amigablemente, pero sobre todo, unos y otros, hablaban en su presencia libremente sin ninguna cautela de cualquier tema y sin reparar en ellos. Nadie como los senegaleses conocían los intestinos de la ciudad, tenían información de todo tipo y del todo fiable y los charlines se valían de esa información para saber donde podrían robar nuevo género o quien andaba buscando este o ese otro título. Un confidente ocasional había puesto puso a la policía sobre la pista de lo que estaba ocurriendo y cómo.

Cuando salió al mercado el libro digital nadie sospechó lo que luego pasó. Fue aceptado como algo normal. Tenía que suceder. El mercado estaba lleno ya de tabletas, teléfonos multidisciplinares, ordenadores cada vez más portables y más pequeños. El mercado demanda nuevos accesorios, más nuevos, más planos, más pequeños y ahí se colaron los libros de pantalla plana, los libros digitales.

Al principio se traducían los libros clásicos al nuevo formato y aún se veía gente leyéndolos en el suburbano. Duró poco. La gente se pasaba los libros sin pasar por caja y tuvieron que asumir las instituciones públicas el digitalización de los libros sobre los que ya no pesaban los derechos de autor. Luego ya, ni eso. Al poco tiempo también la enésima crisis dejó a las administraciones públicas sin fondos para cultura y una evolución de la tecnólogía hacia dispositivos más reducidos y camuflados en la ropa y el aleinto, acabó condenando los contenidos a una literatura de abecedario, balbuceo y abreviatura.

Por aquel entonces hacía ya décadas que se habían dejado de editarse libros y las bibliotecas se habían donado en bloque a las fábricantes de biomasa, en las escuelas los alumnos pasaban curso si sabían encender y apagar un equipo eléctrico, si no se les colgaba el dispositivo o si sabían enchufar el cargador de la batería. Ahora la ropa es inteligente, pero no abriga, todo el ocio cabe en unas gafas que nos bombardean la vista pero no entretiene y en los hospitales también se ha dejado de curar, ahora los ciudadanos hemos sido declarados de usar y tirar. Cosas del progreso.

Entre tanta desolación y barbarie alguien un día recordó que antaño era posible pasarse una tarde en el más completo y absoluto silencio, sentado en un buen sillón de orejas y, con la sola y cálida compañía de un montón de páginas. Ya tenemos todos los elementos, una incipiente demanda, una escasa oferta y el creciente recelo de las autoridades. Verdaderamente debía haber algo subversivo en la búsqueda de un placer tan insano e improductivo, pero mientras haya tráfico de libros, habrá esperanza. Dadme una buena lectura y eregiré una civilización