domingo, 30 de junio de 2013

El Campo San Francisco II


Había pavos reales. Uno estaba familiarizado con perdices, codornices, vencejos y golondrinas, pero en el Campo de San Francisco había palomas y pavos reales. Las palomas vivían de la sopa boba y de sus propias enfermedades degenerativas. Las abuelas compraban barquillos y los nietos cebaban a las palomas.Yo si quería que también comieran de mi mano o que me cagaran en el pelo como a los niños ricos, tenía que llevar un trozo de pan de casa o unos granitos de arroz o pelearme con las mismísimas palomas para rapiñar del suelo las miguitas de las clases pudientes. Si se fijan las palomas son una aves muy cínicas, por una parte portan la ramita de olivo y por otra se picoteaban unas a otras con tal de obtener el trozo de pan, o de el grano de arroz o la miguita de barquillo, mutilándose a picotazos unas a otras. La paz es un valor universal, qué duda cabe, pero más cornadas da el hambre. El palomar está arriba, encima del estanque y debajo del paseo del bombé. Los barquilleros solían estar situados estratégicamente, donde la fuentona, o delante del quiosco de la música o en el estanque de los patos, en fin, donde se aglomeraban las chachas, las abuelas y las madres con los niños y también las rastreras palomas y los pequeños gorriones, cuyo interés ornitológico era nulo pues jamás de los jamases picoteaban la comida de las manos de los individuos del género homo.

Los pavos reales solían asentar sus reales en el quiosco de música o más abajo, donde el estanque de los patos. Eran los pájaros más grandes que había visto en mi vida. Y eso que aún no les había visto cuando estaban en celo y desplegaban su cola llena de intimidatorios ojos y batían el trasero espasmódicamente, como en un ataque epiléptico, que de tan excéntrico estoy seguro de que la parada nupcial ha dado pie a varios bailes de moda, tipo los pajaricos, la macerana o la lambada. Los pavos, a parte de tener un canto estridente y espantoso, a parte de sus llamativos colores y su larguísima cola, por la que todos los niños nos peleábamos y les perseguíamos con tal de conseguir una de sus plumas coronada por un ojo insomne, eran unos soberanos cabrones y se comían a los niños crudos. Daban unos picotazos que daban miedo. Sin avisar, sin motivo, sin provocación, porque sí, estabas cerca y zas, picotazo que te crío. En Oviedo las madres no amenazan a sus criaturascon el hombre del saco.

- A que te llevo a ver los pavos reales al parque de San Francisco. Era una amenaza suficiente y real como la vida misma.

Con este panorama los niños de Oviedo podían ser cualquer cosa, menos ornitólogos. Sería poco científica su descripción del comportamiento de los pavos

Pavo Real Común (Pavo Cristatus), es una especie de ave galliforme de la familia Phasianidae, es originariodel sur de Asia y tiene un fuerte disformismo sexual, los machos son unos cabrones metrosexuales con voz de haber consumido grandes cantidades de cazalla, mientras que las hembras no se arreglan ni los días de fiesta. Alcanzan la madurez y el éxito social tras haber aterrorizado a varios niños, preferentemente con picotazo de por medio.


domingo, 16 de junio de 2013

El Campo San Francisco I


La familia se mudó a Oviedo en el verano del 75. Acabó el curso, hicimos el petate y cruzamos el Pajares. Yo tenía 8 años y sigo siendo el menor de cinco hermanos. Oviedo era una ciudad hostil, grande y fría. En verano, sin amigos y viniendo de un pueblo donde me movía con absoluta libertad, no se puede decir que lo nuestro fuera amor a primera vista., al contrario, la primera impresión no pudo ser peor. La única perspectiva de que mejoraran algo las cosas era que empezara el curso, pero el verano se antojaba largo y sólo el Campo de San Francisco palió la soledad y el aburrimiento. El Campo de San Francisco es una mancha cuadragunlar y verde en el centro de los planos de la ciudad de Oviedo, nuestro Central Park, salvando las distancias. Era al único sitio que recuerde al que me dejaban ir sólo y ,claro, me agarré al clavo ardiendo. Salia del portal, cruzaba dos calles y tres semáforos, apenas dos cientos metros en total y ahí estaba yo, sólo con mis aires de palurdo, espiando niños, mamás y meriendas, sorprendido por la intensidad del verde y harto de la lluvia y la humedad.

 En la parte de arriba había una zona de juegos para niños. Había un fuerte de madera, a imagen de los del oeste amerícano, con ínfulas de laberinto y olor a orines, que todos los niños recorríamos haciendo equilibrios por encima de la tablas, con riesgo cierto para nuestra integridad y , sobre todo, para nuestra partes pudendas. Había también alguno de esos columpios de acero y toboganes donde todos los niños de laquella época rasgamos los pantalones con algún tornillo mal acoplado y furruñoso. En Oviedo, además, el columpio acababa rematado indefectiblemente en un gran charco de agua sucia. Había también una balancín con anillas, donde los mayores se ponían en pie, agarrados a los postes para balancear y, o te agarrabas con todas tus fuerzas, o salías despedido. Había por último un gira-gira o mini tío vivo donde, si no estabas muy ducho, tenías el mareo asegurado. Los columpios eran en general ciertamente novedosos y fantásticos... si tuvieras amigos para compartirlos... pero recuerdo que mis primeros contactos con los aborígenes fueron fríos y decepcionantes: me llamaban guaje y no entendía muchas de las cosas que decían con esa melodia cantarina y nueva para mis oídos. Hacer un amigo era una misión imposible, nos separaba un abismo cultural y el foráneo, yo, tenía todas la de salir perdiendo. Y lo peor era que cuando regresaba a casa me aseguraban que la pesadilla no era temporal, era para siempre.

El deseado comienzo del curso coincidió con la celebración de las Fiestas de San Mateo. En aquella época el Campo de San Francisco era el centro de las celebraciones festivas en la ciiudad. En la parte de arriba, pero debajo del parque infantil, en la zona que llaman de la Herradura, cercaban una parte del parque con una gran explanada y dentro las orquestas estelares montaban sus escenario y se celebraban los bailes de tergal y moñiga. El cercado era blanco y azul y todos los niños buscabamos las mejoras ranuras por todo su perímetro para espiar los bailes de los adultos que en realidad no nos interesaban absolutamente nada. También durante la semana de fiestas, en los días previos a la celebración del desfile del Día de América en Asturias, la ciudad y el parque más exactamente, se llenaban de grupos folclóricos de los lugares más remotos del planeta tierra, o al menos eso me parecía a mi. En mi memoria permanece indeleble la huella de unas majorettes francesas que faldas muy breves y bastones muy largos que hacían volar acrobáticamente, a una altura celestial, mientras giraban en la tierra varias veces antes de recogerlos milagrosamente sin que se cayeran el suelo, otros franceses ataviados con boinas y pieles de animales que se desplazaban en zancos sobre los que bailaban con gran habilidad, y, esto era muy muy "heavy", unos turcos de Turquía que danzaban temerariamente con descomunales y afiladísimas zimitarras y después de cada exhibición se pasaban la mercromina de mano en mano para curarse las heridas.

Indudablemente la perspectiva sobre la ciudad y sobre mi verdadero hogar por aquellas fechas: el parque, habían empezado a mejorar sensiblemente.


sábado, 8 de junio de 2013

Pan

El otro día estabamos cenando y a Cascarrabias´Kid, sin mediar provocación, se le desató la lengua.

- Las chica de mi clase son tontas. No se puede decir nada. Se ríen de todo.

El Agente Naranaja y servidor seguimos cenando sin saber a dónde quería llegar.

- Dices pan y se ríen.

Dejamos nuestro cubiertos y le miramos. Evidentemente, eran tontas, pero aún menos y por otros motivos que en esos momento ni sospechabamos.

- Dicen que pan es pirula.

¡Madre de dios, tenía que suceder! La semana anterior había estado cuatro días de colonias con su compañeros del colegio. Cuatro días encerrados una treintena de niños y niñas en una casa rural, visitando, museos, cuevas, granjas, asistiendo a talleres, realizando gympanas, en fin , conviviendo día y noche con las misma personas con las que comparte aula, comedor y patio, pero en otro hábitat y de manera intensiva. La premili, vamos. Al parecer a las chicas ya les ha empezado a picar la chirimolla de manera generaliza, mientras a la mayoría de los chicos aún no se les ha presentado la ocasión de cuestionarse sobre la natulareza del eterno femenino. Suele pasar.

Lo cierto es que Cascarrabias´ nos estuvo relatando ejemplos del frenesí verbal y ñoño de sus compañeras, de la competición de algunos de sus compañeros machos por estar a la altura de su incipiente desorientación de su despertar sexual y cómo otros, entre los que se contaba él, padecían con resignación los excesos verbales y omnipresentes de unos y otros. En fin, que desde el primer día el grupo se dividió entre las chicas y los que les seguían el juego, y la minoría de los chicos para los que pan era la base del bocadillo y el lapicero la herramienta más apropiada para dar rienda suelta a las musas en la clase de dibujo.

El Agente Naranja, siempre muy interesedo en las vivencias de su hermano, en la experienza que transmitía su discurso, en esta ocasión estaba literalmente a uvas. No se estaba enterando de nada. Estaba tan sorprendido como un Zulú en una cena de gala en la Palacio de Buckingham. No participó en nuestro frenesí edípico dialéctico: broca, termómetro, plátano, flauta.

- No lo pilló. sentenció sin envidia ni rencor.

Tampoco reaccionó cuando Cascarrabias´Kid comentó que uno de sus compañeros les decía a las chicas "cómemela". No llegaba a identificar el sustantivo contenido en el pronombre personal de tercera persona. Pero le hacía gracia que se lo dijera cogiéndose los güebos con la mano. La procacidad visual es más comprensible y jocosa.

Empieza una nueva etapa que veremos en qué acaba y cómo.