domingo, 21 de marzo de 2010

Excursión con vistas a la nostalgia



Ya es primavera en el Corte Inglés. En Asturias llega un puquitín más tarde, pero es lo habitual. ¡¡La Donna!!!

Hoy hemos ido de excursión al Monte Naranco. Hemos hecho pues narampismo. El único deporte digno que me permito practicar. La excursión estaba plagada de sorpresas de índole íntima, de añagazas sentimentales. Cuántos domingos de nuestra infancia no habremos subido a ese mismo monte con nuestros padres en aquellos tiempos en que los domingos eran días de misa, paseo y vermouth.

Nos hemos levantado temprano, hemos invitado a todos los narampistas a desayunar unos churros en casa y a las diez de la mañana, a pesar del día nublado, húmedo y triste, ya estábamos en marcha.

Primera parada. Santa María del Naranco. Me da vergüenza tener que reconocer que he tenido que esperar a los cuarenta para reconocer la belleza de un edificio tan singular y sencillo. La última vez que había ido a visitarlo ¡ en mi época de instituto! , mis preocupaciones tenían falda.

Para los chicos era un excursión más, más cercana que otras porque fuimos desde casa, pero para los adultos fue una excursión en el tiempo. Estabamos ahora y tantas veces antes, era el presente el que subía pero el pasado el que nos acompañaba.

Tantos martes de campo con la pandilla, tantas mirindas con mis padres en sus merenderos, tantas batallas fraticidas en los viejos nidos de ametralladora de la guerra civil, tantas casquillos de bala encontrados en el antiguo campo de tiro del ejército, tantas subidas en bicicleta, tantas bajadas a tumba abierta, tantos paseos dominicales con mi padre, aquella cronoescalada en la que Eric Caritoux se consagró como ganador de la Vuelta ciclista España o la vez que Miguel Induraín tampoco ganó. Los tardes de novillos buscando las minas de hierro. Los partidos de hockey en el Centro Asturiano. Y la ciudad. Sobre todo la ciudad. Desde sus curvas y empinadas cuestas las vistas de la ciudad siguen siendo magníficas incluso en días tristes y nublados como ha sido hoy.

Disfrutamos como niños recordando nuestra infancia, comentando, riendo, contando a nuestros hijos tantas historias cruzadas, las guerras de papá y mamá y de los tíos.

Hoy los adultos hemos disfrutado más que los chavales, que ya es difícil, y hemos tocado nuestra infancia con las manos varias veces a lo largo de la subida. Nos hemos dado todo un homenaje de arqueología sentimental.

Las hazañas de los narampistas, las contarán los mejores novelistas.

lunes, 15 de marzo de 2010

El Deseante



El Agente Naranja conoce todos los matices del deseo. No es un niño caprichoso de los de culito veo culito quiero y pataleta si no lo consigo. El Agente Naranja sabe disfrutar lo que ve y alimentar el deseo dentro de su corazón, como quien cuece lentamente un pan. Los deseos en la mente del Agente Naranja son redondos, nítidos, embriagadores. Se pueden tocar.

El Agente Naranja se come el mundo con los ojos. Tampoco comparte su deseo con nadie, no cuenta, no olvida y trata de satisfacer sus anhelos por su propios medios, a hurtadillas de todos, sin malicia, por el puro placer de satisfacer el deseo. Es más fuerte que él. Si no lo consigue a la primera, no pasa nada, el Agente Naranja tiene la paciencia de quienes se saben vencedores. Para qué correr, todo llegará. Es un depredador.

El Agente Naranja se come el mundo con los ojos y el deseo se le desborda por lo poros. Nadie mira los estímulos con el deleite que él lo hace. Nadie es más feliz deleitándose con los estímulos adecuados.

El Agente Naranja disfruta cuando sacia su deseo. Sabe saborearlo. Sabe dosificarlo y valorarlo. No le molesta en las manos.

El Agente Naranja no se rinde. Y le gusta autosatisfacer sus deseos. Está bien lo que le das, pero está mucho mejor lo que él mismo consigue.

Siempre he sido de la opinión de que el deseo alimenta el espíritu y forja el carácter, que no hoy peor educación que estirparles el deseo a los niños, atiborrarles de estímulos antes de que el deseo de obtenerlos nazca en ellos. Pero con el Agente Naranja la deriva es inquietante.

Hasta ahora el mundo es del mismo tamaño que sus deseos, pero ¿ cuando sus deseos crezcan y no quepan siempre en el tamaño de este mundo...? Cuando eso suceda, espero que sea capaz de reconocer el límite. Y lo acepte. Por él y por el mundo.

jueves, 11 de marzo de 2010

Puntos y comas



Quién no ha hecho limpieza en casa, empieza a encontrarse trastos y los vuelve a guardar por pena o con la falsa esperanza de que sean útiles en el futuro. Pues con los puntos y comas pasa lo mismo, que los vas acumulando hasta que tengas manera de usarlos. Ya puedes escribir cien novelas, quince informes, sesenta cartas, nada, da igual, cuando haces limpieza ahí están todos los puntos y comas mirándote, limpios y nuevecitos, en perfecto estado de revista.

A quién no le han regalado un cuadro con la mejor voluntad del mundo y llega a casa y no encuentra pared apropiada donde ponerlo. El cuadro puede ser precioso, pero no encaja con tu estilo o con los muebles o con tu estado de ánimo y lo acabas guardando o usándolo para equilibrar la pata de una silla o para tapar el cristal de una ventana que se ha roto y no te apetece cambiar. Pues lo mismo pasa con los puntos y comas, que sólo se usan en los correos electrónicos pero sin ninguna funcionalidad sintáctica, sólo para guiñar los ojos: ;-)

Una vez conocí a una persona que sabía emplear los puntos y comas correctamente. Al menos eso decía él. Luego me di cuenta de que era un farsante. Usar los usaba, pero sin tino ni criterio, debía ser un político...

Lo mío con las sonrisas es como con los puntos y comas, las concozco, las atesoro, me gustan, me da pena tirarlas y las guardo por lo que pueda acaecer, estoy deseando usarlas, pero hay días en que uno no encuentra maldita pared donde colgarlas.

Ahora mismo tengo la pluma a rebosar de puntos y comas y cualquier día, a la menor ocasión, cuando menos os lo esperies, os lleno el discurso de sonrisas.

No me vendría nada mal.

martes, 9 de marzo de 2010

No lo entiendo



La Reina de Saba es la típica habitante de la luna. Está ahí arriba con su paisaje lunar, su polvo lunar, sus cráteres, su cara oculta, sus vistas al planeta azul, esa oscuridad tan acogedora, el silencio sideral, la soledad monacal, su huella de astronauta... tan ricamente... y de pronto, zás, te sueltan en la tierra y pasa como cuando llegas a New York y dices "yo esto ya lo he visto en alguna peli": te suena todo, pero no conoces nada. Sólo que en este caso Nueva York es, como decirlo, el pasillo de tu casa. En fin, que la desorientación es absoluta.

Porque la desorientación es la palabra que mejor define a la Reina de Saba. La luna, su luna, es cada vez más oscura, silenciosa y solitaria y, sin embargo, se ve obligada a vivir en un territorio tenuemente familiar, pero hostil: la ciudad, la calle, el tráfico, los vecinos... Lo cotidiano se llena de tics y se aferra a ellos como a certezas inmutables y necesarias...: hay que ver cómo trabajan esos chinos, abren hasta los domingos... qué salada está la comida...no enciendas la luz, se ve de sobra..., baja el volumen, está altísimo... qué día es hoy, ¿lunes?... dónde puse ... ya me siento yo atrás con los niños... no lo entiendo...no partas todo el pan, si no lo vas a comer...cómo me duele está rodilla... claro que lo sé, ¿ qué crees que soy tonta?...Déjalo ya... mira, otro negocio que cierra... qué pena me dan, ¿ venderán algo esos muchachos?... hay comida de sobra...me quedo yo a cuidarlos.

Los ventanales con vistas a la vida se van volviendo cada día más angostos y oscuros...