martes, 6 de octubre de 2009

La Edad del Miedo




Igual que los antiguos tuvieron su Edad Media, su Renacimiento, su
Revolución Industrial o su Edad Moderna, estos años que nos está tocando
vivir podrían pasar tristemente a la historia como La Edad del Miedo.

Vivimos inmersos en el temor y la zozobra continua. Todos nuestros
actos más cotidianos e íntimos están condicionados por el miedo: miedo a
pasear por determinados parajes por los que probablemente jamás iremos,
miedo a adquirir alimentos en mal estado, miedo a caer enfermos o verse
infectados por síndromes inconfesables e improbables, miedo a que
nuestros ordenadores se constipen, miedo a la factura del móvil, miedo a
ser robados, agredidos, miedo a ser víctimas de un atentado improbable,
miedo a que les suceda algo a nuestros hijos o a nuestros familiares por
nimio e insignificante que sea, miedo a que estalle una guerra en el último
rincón del mundo que amenace aunque sea muy de refilón y cogido por los
pelos nuestras acomodadas existencias o miedo a que se activen de repente
alguno de los numerosos y pequeños peligros que sazonan nuestra vida
cotidiana. Tenemos miedo al miedo.

El miedo no existe, aunque a veces tengamos la sensación de que lo
palpamos, lo olemos y lo escuchamos. El miedo es sólo un estado de ánimo
y los estados de ánimo mutan, cambian, varían y, además de mutar, los
estados de ánimo son fácilmente manipulables. El miedo es una arma
poderosísima y alguien lo sabe. El miedo nos limita como personas, nos
coarta, el miedo condiciona nuestras decisiones, el miedo domina nuestra
consciencias, las invade, las acapara, las tutela. El miedo, en definitiva, nos
hace esclavos. Quien controle nuestro miedo, nos controla de una manera
efectiva y total. El miedo es un sentimiento muy primario que desencadena
respuestas muy primarias de autoprotección y supervivencia. Y alguien lo
sabe. Generar miedo es un negocio muy barato y muy rentable.

En el nombre del miedo, los gobiernos están legislando en contra de los
intereses y derechos que nos corresponden como ciudadanos. Por miedo
cedemos a nuestros gobernantes la tutela efectiva de nuestros derechos y
libertades a cambio de una seguridad ficticia, porque la seguridad absoluta
tampoco existe, ni nadie nos la puede prometer, ni dar, ni otorgar, lo diga
quien lo diga. La seguridad es tan subjetiva como el miedo. Ni más ni
menos.

En el nombre del miedo dejamos que los gobiernos vigilen nuestras
comunicaciones y tengan registrados todos los pedos que nos hemos tirado
desde el día que nacimos. En el nombre del miedo los gobiernos llenan las
calles de cámaras de seguridad, policías, guardias de seguridad. En el
nombre del miedo cada año aumentan las partidas destinadas a armamento
militar, en el nombre del miedo nuestras ciudades se vuelven poco a poco
más hostiles e inhabitables, en el nombre del miedo los medios de
comunicación nos bombardean día y noche en la doctrina del miedo, para
que tengamos en todo momento presenten los múltiples peligros que nos
acechan. Si en la edad media era el Diablo el que templaba la voluntad de
los hombres en la Edad del Miedo es el propio miedo el que nos encoge el
corazón.

Hoy más que nunca son necesarios líderes capaces de predicar la confianza;
políticos capaces de romper con la diabólica dinámica del miedo;
intelectuales que proclamen la verdad: que el peligro existe, que el peligro
siempre existirá y que es un componente más de la vida, como lo son la
alegría, el dolor, la felicidad o la frustración. El peligro siempre ha estado
ahí y tenemos que saber convivir con él. Millones de humanos lo han hecho
antes que nosotros, por qué no vamos a poder nosotros también.
Estoy convencido que el mensaje del miedo puede ser derrotado, que sólo
hay que proponérselo. Una sociedad capaz de convivir con el peligro – con
el miedo ya convivimos, no nos queda otro remedio – sería una sociedad
más libre, más creativa y más dichosa. Nadie dijo que vivir fuera fácil, pero
existen muchas alternativas mejores a una vida mediatizada por el miedo.

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