miércoles, 23 de marzo de 2016

¡Señor árbitro!


Supongo que de todas los profesiones posibles, una de las que más teme una madre es que su hijo se haga árbitro de fútbol y ver su nombre todos los fines de semana arrastrado por los estadios como inmundicia. Cascarrabias´ Kid es árbitro de rugby en prácticas. Hace dos años nos sorprendió cuando nos mostró su interés por hacer el cursillo pertinente. Por aquel entonces tenía sólo once años. Nos informamos y nos dijeron que aún era muy joven, pero eso ya lo veíamos nosotros. Recurrentemente nos recordaba su interés y un día, al final de la temporada deportiva pasada, le señalamos al secretario de la Federación Asturiana de Rugby en el campo y le animamos a que hablara con él y le preguntara. Y lo hizo. Seguía siendo muy pequeño, pero eso ya lo veíamos nosotros. Este año nos enteramos de la organización del curso de la iniciación al arbitraje y consultamos, seguía siendo demasiado joven, pero lo aceptaron.

El rugby es el deporte más hermoso y divertido de practicar que conozco, pero es a la par un deporte complicado, con más reglas, excepciones y trampas reglamentarias que un juego alemán de cartas, con dos barajas. Las normas básicas son relativamente sencillas, pero los detalles, con tanto contacto físico entre los jugadores, con tantas jugadas que culminan en montoneras, con tantas posibilidades tácticas, son muy enrevesados. Definitivamente no es sencillo ser un buen árbitro de rugby.

 El curso duró dos semanas, varios días, varias horas al día y había que ir con los deberes hechos. Es decir, había que ir con el reglamento sabido y para comprobarlo había que presentar un certificado de la Federación Internacional de Rugby que puede obtener cualquier aficionado por internet, donde se debe superar un test sobre la normativa del juego. En el cursillo se enseñaba lo demás. Acudir al curso fue un sacrificio logístico para la familia y físico para el muchacho, pero la ilusión no conoce fronteras. Fue formal, asiduo y participativo. Y luego llegó el estreno. En los juegos deportivos de la Comunidad Autónoma debía arbitrar un par de partidos de categorías inferiores a la suya, supervisado desde la banda por un arbitro veterano que le daba la indicaciones pertinentes y valoraba posteriormente su labor. Pitó a chavales de la categoría sub10 que, lejos de lo que se puede pensar, no es nada sencillo, o más sencillo que pitar a personas de más edad, incluso adultos.  ¿Por qué? Porque en las categorías inferiores, en las que los muchachos se inician en la práctica de este bello deporte, tan importante como pitar bien es aplicar correctamente la ventaja y, sobre todo, hablar con los chavales y explicarles por qué han cometido infracción. Es decir, son categorias donde la parte didáctica es muy importante y donde es habitual que el arbitro pare el juego, coloque a los jugadores como figurantes por el campo, para explicarles cómo fue el movimiento que acaban de realizar, por qué constituye una infracción y cómo deberían haber actuado para evitarla. Casi nada. Además, como comentó después en casa, el campo es de dimensiones inferiores a uno normal, pero el juego es un correcalles continuo de uno a otro extremo y durante el tiempo de juego no paras de correr campo  arriba y campo abajo.


Un detalle importante. En el rugby se pita la infracción, no se interpreta la intención. La fatalidad forma parte del juego. En el fútbol una mano puede ser intencionada, o una falta, o qué se yo. En el rugby si se te cae la pelota hacia adelante, es avant, aunque se te haya resbalado, o si agarras al contrario por encima de los hombros, te juegas la expulsión, aunque el contrario se haya agachado justo en el momento en que te avalanzabas contra él. La norma es la norma y se sanciona tal cual. Desde mi punto de vista este hecho es una de las grandezas de este deporte y la base más sólida sobre la que se sustenta. Otro detalle importante. En el rugby es muy importante la ventaja. Si un equipo comete una infracción, si el equipo contrario conserva la posesión de la pelota, no se pita la falta mientras el equipo que posé la pelota no la pierda, para darle continuidad al juego. Es decir, la falta jamás puede beneficiar al infractor. Eso de las faltas tácticas no van con este deporte.


Pero la diferencia más radical entre arbitrar un partido de fútbol y uno de rugby es que desde que uno se inicia en el deporte oval, se le enseña que jamás, y jamás es jamás, se discute la decisión de un árbitro. Al árbitro se dirige siempre uno tratándole de señor. Desde el principio, sobre todo cuando los jugadores son más pequeños, los entrenadores son especialmente puntillosos con esos detalles y un jugador ni puede discutir con el arbitro una decisión, ni tampoco puede afearle un error o una jugada a un compañero de su equipo, ni por supuesto del contrario. Quien trasgrede esta norma suele acabar sacado del campo por su propio entrenador. El árbitro es respetado, aunque se equivoque, pero si se equivoca, el malestar se palpa tan bien como en cualquier otro deporte, aunque todos acaten y nadie te diga nada.

Así las cosas tenemos en casa a un ¡ señor árbitro!. Aún es muy pronto para adivinar cómo sabrá este melón, y todavía le falta consagrarse, es decir, vivir un partido donde todo sale torcido, por culpa de las propias decisiones,  y sientes las presion y la animadversion en el rostro de los jugadores, y muy a tu pesar tu siguiente decision es aún más desastrosa e injusta que la anterior, y a pesar del traspies y del dolor por los errores cometidos, eres capaz de reponerte y la vereda que conducía a tu vocacíon no se ve de pronto empañada por una pertinente niebla.



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