sábado, 30 de mayo de 2009

De paseo


Los patos baten sus alas con determinación de atletas.
Es el atardecer.
Su vuelo es de gran aliento
y deja en el recuerdo
el regusto de las buenas noticias.
No hay mejor noticia que su presencia
cerca de la ciudad.
Es el ánade real.

Más adelante, de vuelta a casa, la montaña se destapa ante mis ojos
con la rotundidad de una muchacha que se despoja de su lencería,
lentamente, con timidez.
Es la niebla que se va,
en silencio y asombro.
La luz del sol escoje entonces cada árbol y vierte
con pulso de cirujano, la cantidad exacta de verde,
la tonalidad adecuada de ocres,
el amarillo de los tojos,
las motas rojas del fruto del acebo
hoja por hoja, peciolo por peciolo,
emborrachando la ladera de clorofila y lentitud.

El agua interpreta de fondo una sinfonía de ruido y enfado.
Es un bandolero húmedo que se interpone en nuestro camino a cada paso.
Las tarabillas se inspiran en su presencia.
Lluvia, río, mar, niebla, escarcha, fuente.
El agua es una madre caprichosa que imparte lecciones magistrales de canto.
El bosque es su museo, su pomposa sala de conciertos.

Dónde ha estado la belleza todo este tiempo.
Hay personas que nacemos a los cuarenta.

Podría llorar.

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