sábado, 19 de marzo de 2011

¡Quién dijo que los hombres no lloran!


Fue el lunes. Me llamó Chufa.
- Qué sabes de Bili- me preguntó ( perdonad amigos que no disimule vuestros nombres reales en este blog)
- Estuvimos hace dos domingos cogiendo "oricios" en La Ballota- le conté
- ¿No te dijo nada?
Lo que tenía que decir o lo que nos había ocultado a sus amigos durante meses es que tenía un bulto en el cuello. Cuando le llamé, nada más colgar con Chufa (vaya, qué poco has tardado en llamar, dijo el interfecto), el bulto era un tumor y tenía metástasis. No le pude sacar más información. Estaba cagado de miedo, le temblaba la voz, le costaba hablar y no estaba cómodo.

Continuó la cadena. Llamé a Luigi.

- Estoy en el curro, acabo de hablar con Bili, tiene cáncer. Le expliqué como pude cómo se había desarrollado la conversación y le pedí que se acercara por su casa, porque le había visto tan alterado al teléfono que otra llamada, me temía, le podía hundir definitivamente.

Luigi me llamó cinco minutos después. El tumor era de tiroides y me transmitió tranquilidad. Yo también debía estar alterado cuando le llamé. La verdad es que me habían temblado la piernas y me había costado volver a concetrarme en el trabajo cuando colgué el telefono.

Yo llegué a vivir a Oviedo con siete años. De ese primer curso, segundo de EGB no guardó ni muchos recuerdos, ni ninguno grato. Nuestro colegio tenía un segundo edificio, la llamada " preparataria del instituto", donde los chicos cursábamos tercero, cuarto y quinto de EGB. Alguna vez merecería la pena contar cómo era la escual pública en aquellos últimos años del franquismo y primeros de la transición. ¡Mi madre! En el curso de tercero me tocaron de compañeros Bili y Tarano y desde entonces los tres nos hicimos inseparables. Años mas tarde la amistad con Tarano se enfrió y se diluyó, pero la de Bili me he acompañado siempre e ininterrumpidamente y van ya treinta y cinco años.

Bili y yo no podemos ser más diferentes, ni cultural, ni estética, ni económica, ni social, ni temperalmentalmente, pero jamás hemos perdido el contacto y nunca hemos dejado de entendernos con una solo gesto, una mirada. La vida nos ha llevado por caminos opuestos, pero siempre hemos sabido encontrar el punto medio en el que los dos nos encontrábamos cómodos. Los dos hemos abierto al otro la posibilidad de relacionarse con nuestros amigos y con nuestras familias, y los dos hemos tenido la libertad de elegir qué parte de la otra vida paralelela hemos querido compartir con el otro.

En todos estos años siempre hemos encontrado vínculos y cuando no los había, los hemos creado. En la adolescencia, no nos perdiamos ni un solo concierto, a ser posible punk; en la juventud, solíamos encontrarnos en las barras de los bares donde él se ganaba la vida como camarero y le visitaba en las casas donde vivía " amontonao" y en cuyos jardines medraban fantásticas plantas de marihuana. Cuando volví del extranjero, compartiamos la pasión por la pesca, más tarde la afición a la micología y siempre, siempre las ganas de estar juntos y salir al campo, al mar o a la montaña. Solos o acompañados.

Esa misma tarde nos encontramos los tres y estas cosas y muchas otras más me rondaban la cabeza mientras conducía camino al encuentro. Al día siguiente le ingresaban para operarle y, aunque al principio estaba reticente y hubiera preferido esquivarnos, sé que esa noche durmió mejor y más tranquilo que si no nos hubiera visto. El mundo es demasiado pesado cuando tiene que levantarlo una persona sola. Le hizo bien. Y a Luigi y a mi también.

La operación salió, dicen, bien. Tres días después estaba en casa con el alta médica y dos buenos tajos en el cuello: uno longitudinal, con unas quince grapas, y otro trasversal, con otras docena más. Dudo que Frankstein tenga cicatrices más

Está misma mañana nos hemos vuelto a ver con nuestras respectivas familias. La normalidad era aparente. El miedo y la amenaza aún pende sobre nuestras cabezas.

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