lunes, 14 de diciembre de 2015

Victoria absoluta ( o el día que el guisante derrotó al macarrón)



Siempre he defendido que el Agente Naranja no comía mal, sino que tenía un horario diferente, y el tiempo ha venido a darme la razón. Ahora ya come a la vez que el resto de la familia y encima caliente. Sigue siendo un tiquismiquis. Por ejemplo no le gustan las salsas. Toma la pasta a pelo. O la ensalada sin aliñar, pero los avances en materia alimenticia han sido significativos.

En el último año se venían observando ciertos cambios de tendencia pero este fin de semana las pruebas han sido incontestables. Había preparado macarrones con berberechos ( ¡le encantan los berberechos al muy jodio!) y sobraba una ración de guisantes que había que terminar. Para mi sorpresa, cuando la ofrecí, convencido que los dos hermanos iban a elegir la pasta El Agente Naranja prefirió el plato de guisantes. Voy a repetirlo, por si alguien piensa que ha leído mal. ¡A un chaval de once años le dan a elejir entre guisantes y pasta con berberechos y elije los guisantes! Me paseé por la cocina hinchado como un pavo, repartiendo entre el respetable miradas de soberbia y altanería. Ahora sé perfectamente cómo se siente un domador de pulgas la primera vez que consigue que un insecto atraviese el aro de fuego. Por fin se veía recompensada toda mi perseverancia en materia nutricional familiar. Cuidadín.

Ese mismo día por la noche había parrochas, que no hace mucho tiempo era uno de los platos habituales que comía tarde, mal y frío. Es decir, por obligación primero, y un poco más recientemente tras ardua negocación:
 -Cómete ocho.
 -No cinco.
-Nueve y ni una más.
-Vale, ocho.
....
- ¿Me perdonas una?
Y cuando vio que el ritmo de su hermano y el mío despachando parrochas amenazaba con acabarlas  (normalmente se sirven todas en un solo plato  y cada uno va cogiendo de una en una y dejando la raspa en otro plato), se quejó y nos pidío que:
- Por lo menos dejarme esas que quedan.
Campanilla no daba crécito y el pavo volvió a sacar la cola a pasear por la cocina. ¡Glugluglú!

No hace mucho - dos o tres semanas-, que estaba preperando unas hamburguesas para cenar, que él suele comer con pan, carne y sanseacabó, me pidió que le pusiera lechuga. ¡ Una hoja de lechuga! ¡ Y tomate, pidió también una rodaja de tomate! Y no puso mala cara cuando vio que el pan había sido pasado por la sartén con un poco de mantequilla para que estuviera más jugoso. Me puse tan nervioso que me quedó la carne cruda, a medio hacer. No fuera a ser que si le daba tiempo a pensar, se arrepintiese.

Todavía queda mucho camino por recorrer y todo se andará, pero sé que no está ya lejano el día en que eche mayonesa a las ensaladas de pasta, o aprecie una buena tostada con mermelada para desayunar o que pueda compartir con ellos una buena tabla de quesos asturianos: olorosos, intensos, cremosos, ¡ pura delicia!

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