martes, 19 de enero de 2016

¡Sorpresas te da la vida, ay sí!



Pensamos que nos conocemos a nosotros mismos pero en realizad somos polillas de noche girando alrededor de una farola, dando vueltas  siempre a las mismas ideas, viendo las mismas sombras, la misma penumbra, viendo los mismos objetos alumbrados por la luz, vuelta tras vuelta, acercándonos o alejándonos, sin abandonar la seguridad que nos proporciona la farola. Así es. No nos pensamos, alimentamos nuestras obsesiones, las cercamos. ¿ Como explicar si no que cercano a cumplir el medio siglo, cuando uno está ya de vuelta de todo y ha rendido definitivamente la plaza , y sólo se esfuerza por buscar el mejor acomodo a sus propias capitulaciones, haya descubierto por azar un rasgo definiorio de mi personalidad?

He descubierto que en mi relación con el resto del universo siempre necesito dar a las cosas una vuelta de tuerca más. No me satisface el curso normal de los acontecimientos, las soluciones lógicas que se concatenan con tenaz racionalidad, implacablemente podríamos decir; siempre que puedo necesito forzar las situaciones un poco más, poner en cuestión a mis interlocutores, no por desacato, ni por rebeldía, ni por sedición, si no por curiosidad o por el placer de sentir la adrenalina contaminando la sangre. No son grandes gestos, ni grandes dilemas, ni enrevesadas paradojas, ni son deliberados, son actos sencillos, inadvertidos, pero continuos, repetitivos, una constante.

El equilibrio se concentra en un punto, en un solo punto, pero necesito saber cómo de grande es ese punto, necesito aplicar un vector para ver si al punto era demasiado pequeño y la piedra cae. A veces gano, a veces pierdo. Y no hay placer ni frustración por el resultado, lo importante, como decía el poeta, no es Ítaca, es recorrer el camino.

Curioso, ¿no?

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