domingo, 21 de abril de 2013

La Cartuja de Parma

Con esto de la crisis ha habido que restringir también el placer de adentrarse en la librerías a atiborrarse de novelas y libros. Ahora me estoy releyendo la biblioteca personal. No toda, los libros que me han hecho perder el tiempo una vez, no me lo harán perder una segunda, pero los libros que disfruté un día, no me garantizan una segunda lectura venturosa. Algunos, sin llegar a defraudarme, no cumplen las espectativas y me sorprende el deslumbramiento, a todas luces sobrevalorado, que conservaban en mi memoría.

La última relectura ha sido la Cartuja de Parma, de Stendahl, que vino también motivida por la relectura de otro libro de Italo Calvino, ¿ Por qué leer a los clásicos?.  En cualquier caso tanto la lectura de La Cartuja, como Rojo y Negro, del mismo autor, habían sido dos placenteras lecturas en los años 90, nada más abandonar la facultad. Stendahl me parecía una autor esteticista, con un gran ojo para los detalles, con un ritmo narrativo muy contundente. Stendahl era un transterrado, un francés que siempre se sintió italiano, y que como los travestis, adoptó con pasíon y extremismo la defensa del sexo deseado. Stendahl ha sido también uno de esos pocos creadores que han dado su nombre a un síndrome. Se conoce el  síndrome de Stendhal a la ansiedad que experiementan los viajeros cuando se encuentran expuestos a gran número de bellas obras de arte. Es la sensación extrema de asombro que se experimenta ante la contemplación de la belleza y del arte.

En el año 2013, en España, la lectura de La Cartuja no podía ser la misma que a principios de los años 90.  Entonces era una novela de entretenimiento, trepidante, con momentos de onda y elaborada emoción, como escuchar el comienzo del tercer movimiento de la Sinfonía número 2, en Mi Menor, opus 27, de Sergei Rachmáninov. En este año es una novela por lo menos sorprendente, llena de trampas.

La Cartuja de Parma está ambientada en la época en que Napoleón perdió al batalla de Waterloo. Cuenta un mundo en cambio. El Antiguo Régimen de monarcas, aristócratas y eclesiásticos, se enfrenta al nuevo mundo de cuidadanos, burgueses y leyes para todos que trajo consigo la Revolución Francesa. La novela está ambientada en la Italia fraccionada en estados, con pequeñas monarquías que se resistían al cambio de modelo político que suponían las nuevas ideas que venían de Francia. La novela cuenta los luchas de poder en los pequeños reinos del norte de Italia tomando como hilo a un joven aristócrata que a los dieciséis años se marchó a Bélgica para enrolarse en los ejércitos de Napoleón, al que tanto admira y al que sin embargo tan ajeno es y se muestra a lo largo de su vida. La novela no deja de ser un tratado perfecto de la corrupción política, el maquiavelismo encarnado en personajes y contada desde el punto de vista de los poderosos, donde nos familiarizamos con sus privilegios, con su modo de vida exuberante, con su desdén para los inferiores, con la facilidad con que disponen de la vida de las clases bajas a veces con la única pretensión de lograr salirse con la suya, con el pretexto de que triunfe el amor, el suyo. La distancia moral, afectiva y material entre las clases dirigentes que surcan la novela y el pueblo llano no puede ser más contemporánea.

Pero si  todavía necesitan algún argumento más para adentrarse en su lectura, la Cartuja tiene unos de los dones que sólo tienen las únicas y verdaderas buenas novelas: personajes de carne y hueso, reconocibles, únicos y de una vitalidad deliciosa, a pesar de su odiosa moralidad, a la que tan cercanos y comprensivos nos sentimos mientras dura su lectura.

Digna de su síndrome.

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