miércoles, 17 de diciembre de 2008

Nos iremos a pasear...


Lo reconozco: soy una mala bestia al volante. Mala, por la facilidad que se me calienta la lengua; bestia, por lo de los frenazos y los acelerones. Mi amigo Juan dice que soy de los que le gusta ver de cerca la cara del que conduce el coche de adelante. Falso, lo que me gusta es olerles el sobaco.

En mi humilde currículo figuran ya 3 accidentes, 4 multas, 3 arrastres de la grúa y otra serie de incidentes de difícil catalogación.

Lo que peor llevo es lo de la grúa, porque juro solemnemente que yo rara vez aparco mal, pero el día que me salto la regla, me pillan siempre. No falla. Mira cómo será que yo soy el único imbécil que paga la zona azul en todo el país. Llevo hasta dinero suelto en la guantera siempre para la máquinita esa que siempre está a un kilómetro de donde dejo el coche y, además, rota.

Los accidentes, como la misma palabra lo dice, fueron, eso, accidentes.

Primera lección

El primero fue cuando todavía llevaba la L ( esa letra que sigo llevando en lo más hondo de mi corazón y de mi habilidad automovilística). Fue en una rotonda - podría escribir toda una enciclopedía sobre la influencia de la rotondas urbanas en el desarrollo del taco y la evolución sincrética del insulto, pero lo dejaremos para otro día -, después de un largo viaje y a la puerta de mi casa. Ese día aprendí que uno no está realmente en casa hasta que ha aparcado el coche y apagado el motor y que, como dicen los taurinos, hasta la rabo, todo es toro, o forzando el simil, hasta la rotonda, todo es circulación. Afortunadamente en aquel primer incidente no hubo más lesiones que mi amor propio. Nada irreparable, por otra parte.

Segunda lección

El segundo accidente fue un poco más caro. Iba al pueblo con mi madre de copiloto y en una recta el coche que venía enfrente se atravesó delante de mi carril y me lo llevé por delante. Su conductor se había quedado dormido. Ese día descubrí que si tienes un coche viejo y has contratado un seguro a terceros, estás bien jodido. Tardaron meses en dilucidar a) de quién era la culpa b) aún siendo la culpa del otro, la indemnización que me correspondía. ¿ Oyeron hablar alguna vez del "valor residual"? Pues resultó que el valor residual de mi primer utilitario era prácticamente el de una chocolatina.

Tercera lección

En el tercer accidente llovía mucho, iba de viaje de nuevo con mi madre y el agua planing me sacó de la carretera. Ese día aprendí que lo mejor que podía hacer era dejar de viajar con mi madre. No soy supersticioso, pero mi economía no me permite cambiar de coche cada quince días. Perdón mamá, pero míralo por el lado bueno, caminar te hace bien.

La primera multa me la pusieron un día que caían chuzos de punta, a primera hora de la mañana, de noche aún, a la salida de un túnel, por no llevar puesto el cinturón de seguridad. Cuando me paró el agente me quedé tan sorprendido, que sólo pude alabar la buena vista que tenía el muy cabrón. La segunda multa fue por exceso de velocidad, me pillaron a cien en una zona de setenta. ¿ No decían los dadaistas y los futuristas de los años veinte que la velocidad era belleza, no era arte? Pues para un día que doy una pincelada me dejaron la cartera temblando. La tercera me llegó por correo. Se argumentaba que había cometido un adelantamiento en línea continua. Y, efectivamente, que yo sepa, la línea continúa en el mismo sitio que la dejé. La cuarta aseguraba que me había saltado un semáforo. Metira. Pasé a su lado, como siempre.

No sé lo van a creer, pero con todo, todavía conservo todos los puntos del carnet. Para que después digan por ahí que los milagros no existen.

Lo peor de todo es que El Agente Naranja y Cascarrabias´Kid ya se expresan como avezados camioneros. Deplorable.

Lectura recomendada: Ignacio Martínez de Pisón "Carreteras secundarias".

No hay comentarios: