jueves, 15 de abril de 2010

Las Piedras (1)




La tribu de los Melitones conocían las trascendencia de las piedras sagradas y les rendían culto. Las piedras eran la ley, la verdad, todas las respuestas, el hilo conductor que aclaraba la vida, la felicidad, el dolor y la muerte. Su culto daba la clave que cerraba el círculo y daba sentido a la existencia.

Los Melitones vivían en una tierra árida, pobre, seca, proclive a los iluminados y a las alucinaciones. En la tierra de los Melitones el tiempo avanzaba a trompicones, por la sombra,con dificultad. El paisaje dolía y dañaba. Sólo las piedras eran consuelo, sentido y forma.

Los Melitones eran muy celosos de su secreto, no por miedo a perderlo, sino por respeto; veleban por su piedras con veneración y humildad, mas su culto poco a poco se fue extendiendo por el resto de las tribus del desierto como un viento terco que se cuela por todos los resquicios. Todas las tribus cercanas acabaron sometidas a la verdad trascendente de las piedras de los Melitones, se sumían gustosos a la esperanza, al discurso, al consuelo, a la certeza del obstáculo.

Los Facundos, una de las muchas tribus del desierto, gente mercanaria e interesada, demostraron desde el principio una gran devoción en la fe de las piedras y ahondaron en el estudio, en los más nimios matices de su devoción, en la interpetación de los signos que de las piedras emanaban. Poco a poco se erigieron en los únicos intepretes del misterio, en los administradores de la fé, en los sumos sacerdotes, en los acaparadores de la verdad.

Los Melitones les observaban con prepotencia, incluso con burla, ¡ qué sabrían ellos de sus piedras!, pero cuando los Facundos les comentaron que era necesario construir un gran templo en el predio más alto de la ciudad, donde proteger y resguardar las piedras y donde todas la tribus pudieran acudir libremente y rendirles culto, se dejaron convencer. Los Melitones les creyeron, cedieron y perdieron la custodia de sus piedras para siempre, ellos y todas las tribus. Ahora las piedras sagradas de la ley eran siervas de sus guardianes.

A pesar de los pesares las tribus del desierto no perdieron un ápice de interés y amor por sus piedras, aunque la ley natural y sencilla que emanaba de ellas desde sus orígenes se desvirtuara por la interptretación que de ella hacían y difundían los Facundos y otros exégetas que fueron surgiendo.

Continuará...

No hay comentarios: