viernes, 1 de abril de 2011

Maria



Para mi hermana

María es el Ángel de la Guardia que cuida a La Reina de Saba. Le Reina de Saba sigue viviendo en su casa, sestea en su sillón, se entretiene delante de su tele y duerme en su cama. Por más empeño que pongamos sus hijos, que lo ponemos, ante el continuo y progresivo deterioro de su estado, esto sólo sería posible si contáramos con el apoyo y ayuda de María.

Maria es una mujer paraguaya de treinta y pocos años que hace poco más de un año dejó su país, su casa, su marido y su hija, su bombilla de mate, su jardín, su corro de comadres, el sol que alumbraba sus mañanas americanas para venir a una tierra extraña, fría y lluviosa donde poder ganarse unos pesos de los de aquí.

Hace un año los hermanos nos veíamos superados por las cada vez más acuciantes necesidades de la Reina de Saba y la suerte unió nuestro destino con el de María. La contratamos para que atendiera a su Majestad y que se ocupara de las tareas de la casa. Su Majestad ya no puede estar sola ni un minuto y ni siquiera la compañía es ya suficiente, hay que acompañar y estar, estar atento quiero decir, porque en cualquier momento, aun estando presenta, su Alteza arma alguna: hacer un apaño doméstico insiginificante con un cuchillo de carnicero y sin red, pintarse el contorno de los ojos con una barra de labios, vestirse de verano en pleno invierno, o escaparse de casa en un plis plas, por citar algunos ejemplos. En este último año que la Reina de Saba tiene Ángel que le cuide, su deterioro no ha parado de crecer y la atención que requiere es cada día mayor y sus facultades físicas, aún considerables, disminuyen.

Al principio fue duro para su Alteza aceptar que una extraña invadiera su cuarto de baño, su salón, su cocina y sus hijos. No fue un proceso de adaptación sencillo, a pesar de que los hermanos estuviéramos apoyando en todo momento el proceso de integración.

Para María tampoco debió ser nada fácil. A parte de lo duro de abandonar su querencia, de verse en un país nuevo, con costumbres diferentes, diferente forma de hablar, diferente moneda, diferente modo de valorar las cosas, diferentes guisos y gustos, diferentes horarios, pero lo peor era tener cinco jefes con cinco criterios diferentes y estar encerrada con una persona mayor y disminuida 5 días a la semana. Eso acaba con cualquiera y no hay sueldo que lo pague.

Es obligatorio recordar a la Reina de Saba en su apogeo y esplendor, cada día, toda vez, pero ahora más que nunca, ahora que ha pasado todo un año y que las alas del ángel empiezan a estar mustias y a traslucir el duro peso del trabajo encomendado, tenemos la obligación de con-sentir, de apoyar, de animar, de reconocer y sobre todo, de agradecer. Agradecer el cariño con que María atiende a La Reina de Saba

Nunca viviremos lo suficiente para agradecérselo. En el colegio de la vida deberían enseñarnos a pedir perdón.

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