Al parecer es
falso que Mandela le entregara al capitán, Francois Pienaar el poema INVICTUS
para motivarlo, aunque sí es cierto que Mandela conoció el poema durante su
cautiverio, que lo apreciaba y le consolaba en las horas bajas. Mandela lo que
le entregó fue un discurso del Presidente de los Estados Unidos, Theodore
Roosevelt, conocido como “the man in the sand”, que había sido leido en La
Sorbona de París el 23 de abril de 1910, cuyo fragmento más notable
reproducimos aquí.
“ No importan las
criticas; ni aquellos que muestran las carencias de los hombres, o en qué
ocasiones aquellos que hicieron algo podrían haberlo hecho mejor. El
reconocimiento pertenece a los hombres que se encuentran en la arena, con los rostros
manchados de polvo, sudor y sangre;
aquellos que perseveran con valentía; aquellos que yerran, que dan un traspié
tras otro, ya que no hay ninguna victoria sin tropiezo, esfuerzo sin error ni
defecto. Aquellos que realmente se empeñan en lograr su cometido; quienes
conocen el entusiasmo, la devoción; aquellos que se entregan a una noble causa;
quienes en el mejor de los casos encuentran al final el triunfo inherente al
logro grandioso; y que en el peor de los casos, al menos caerán con la frente
bien en alto, de manera que en su lugar jamás estará entre aquellos almas que,
frías y tímidas, no conocen ni la victoria ni el fracaso”:
El milagro
sudafricano no hubiera sido posible sin un líder como Nelson Mandela, capaz de
perdonar, entender y supeditar sus intereses a la construcción de un bien
superior. Pero sería injusto no reconocer el protagonismo de otras muchas
personas que, como Mandela, guardaron su odio, su miedo y sus prejuicios para
lograr el bien común: la reconciliación
Uno de esos
hombres, entre muchos otros, fue el general Constand Viljoen, el antagonista de
Mandela.
El señor Viljoen
era un miembro señero del pueblo Volk, un heredero de los Boer- granjeros de
origen holandés- que en el siglo XIX habían colonizado el sur del continente
africano a sangre y fuego, en guerra con las casacas rojas del imperio británico
y las tribus africanas. Los Boers habían creado un estado dentro del estado.
Por una parte la minoría blanca, que ostentaba el poder, el dinero y las armas;
y por otra la mayoría negra, que vivía sometida en todos los aspectos de su vida
a la minoría blanca. Los Boers tenían su propio idioma – el afrikáner -, sus
propias ciudades, dominaban la economía y el gobierno y vivían totalmente de
espaldas a la mayoría social del país. Las leyes del Apartheid no sólo
segregaban a los negros, implícitamente impedían el contacto de los blancos con
sus criados, con su mano de obra, con esos que vivían en ghetos y alborotaban
su paz y pitaban a su equipo de rugby – los Springbooks- cuando jugaban con
cualquier otra nación extranjera.
El general Viljoen, como tantos otros afrikaners,
había sido educado en esa cultura en que los hombres negros o eran invisibles o
eran molestos, en ningún caso hombres. El general Viljoen había sido un militar
destacado dentro del engranaje represivo del régimen del apartheid. Por eso vivió
con especial intranquilidad la traición de los Presidentes Botha y De Klerc que
liberaron a Mandela y permitieron que se celebrase una cita electoral donde el
sufragio sería universal de verdad, incluyendo a la población negra.
El tiempo
desde la liberación de Mandela y la celebración de las elecciones fueron
especialmente convulsos y difíciles. Había altercados, hubo asesinatos de
destacados dirigente políticos, intentos de golpe de estado. Los jóvenes negros
más radicalizados solían entonar en toda ocasión su consigna “¡ Matad al Boer!,
¡ matad al granjero!” La derecha más recalcitrante veía en el general Viljoen,
ya retirado, un líder, un mesías, al hombre que volvería a poner las cosas en
su sitio. Viljoen asumió ese rol y tenía los medios, el conocimiento, el
dinero, la organización y las armas para tumbar de un plumazo el esperanzador
proceso democrático sudáfricano. Una oportuna reunión propiciada por el propio
Mandela en el domicilio del general logró que los peores presagios no se
cumplieran. El magnetismo de Mandela logró abrir una brecha en la dura
personalidad, en el disco duro, en la educación, la cultura, los prejuicios más
acendrados del general. En contacto con Mandela Viljoen conoció acaso por
primera vez en su vida la presencia del otro y, con ello, también por primera
vez, valoró la posibilidad de estar equivocado, de que el mundo, tal y como lo
había conocido hasta entonces, podía no ser el correcto o, sobre todo, el único
posible.
La historia sin duda la escriben también hombres como él , capaces de
enterrar los prejuicios más profundos, espantando a manotazos las voces
increpantes de sus propios correligionarios, alzándose sobre ellos para instruirles,
a su pesar, en un nuevo concepto de vida, de cultura y de país.
Libro
recomendado: John Carlin “ El factor humano” Seix Barral . 2009
Gracias y
reconocimento a Campanilla por cederme una historia tan fantástica y toda la
bibliografía.
1 comentario:
Pues tendré que darle yo también las gracias a Campanilla...
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