lunes, 28 de enero de 2013

Monserga

- Ya sé lo que me vas a decir.

Asi reacciona Cascarrabias Kid cada vez que la arma, cada vez que se genera una disfunción entre la realidad y mis expectativas.

- Pues te fatidias chato y vas a volver a escuchar el rollo que tengo que soltarte.

La verdad es que la monserga ronda siempre sobre los mismos temas, pero es que soy muy pesado. Que si no me importa que sean tontos, pero no vagos, que si han hecho todo lo que podían, que quiten el codo de la mesa, que no se toquen los pies ni el manubrio mientras comen, que no sorban la sopa, que sean amables y cariñosos con las personas mayores, incluso con el prójimo en general. En fin, nada que millones de padres no hayan dicho a millones de hijos. Nada que de alguna u otra manera no me hubieran repetido mis padres cantidad de veces.

Mis hijos hacen el mismo caso a mis monsergas que yo hacía a las de mis padres, es decir, ninguno.Sin embargo, por alguna razón digna de estudio, la monserga acaba calando y se inscrusta en el occipucio del individuo donde vive en estado latante durante décadas, perfectamente camuflada y anónima, como las garrapatas, saliendo de su letargo cuando más se la necesita.

Nadie puede dudar de la utilidad y necesidad de las monsergas. A mis cuarenta años las de mis padres aún me persiguen y se manifiestan como espíritu invocado en ouija y espero que, cuando crezcan y lo necesiten: recuerdan que el esfuerzo es el único y verdadero alimento del que se nutre el talento, que los buenos modales abren puertas principales, etcétera.

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