jueves, 5 de junio de 2014

Los Arcos

Quinto día. He cruzado el ecuador de mi camino. Llegué a Los Arcos. Llevo más de cien kilómetros en mis piernas y estoy físicamente bien, pero no quiere decir nada. Cada día es un mundo. El día que salimos de Pamplona iba como una rosa y ayer sin embargo fue mal desde el primer minuto. Nada más ponerme la mochila ya estaba incómodo y no encontraba postura. Iba incómodo, sin ritmo, fuera de cacho, a tirones, en resumidas cuentas mal. Hoy sin embargo, me lo he tomado con calma y he venido bien. Sólo al final, los últimos seis o siete kilómetros, empezó a molestarme la mochila. Hoy cascó el sol. Ayer estuvo nuboso y chispeó a ratos y el martes estuvo bien.

Lo que peor llevo es lo de madrugar. Cada día nos levantamos antes y empezamos antes a caminar. Hoy a las sies y cuarto ya estábamos en camino desde Estella, ayer a las seis y media ya estábamos en pie desde Puente la Reina y el día anterior a las siete menos cuarto desde Pamplona.

No todo es malo. Madruga tiene alguna buena. No todos los días tiene la posibilidad de escuchar uno a las siete de la mañana y en exclusiva un concierto para "peregrino y cansancio" interpretado por una curruca capirotada. El martes, por cierto, al salir de Pamplona, me independicé del brasileiro. El hombre va físicamente mal y va muy despacio. Los dos días anteriores tenía que pararme demasiado a menudo para esperarle y cuando venía una cuesta a rriba peor. La conversación empero tampoco daba para mucho más. En la subida al Perdón tire para adelante y seguí ya hasta el final. La subida es dura pero la cúspide tiene su recompensa, buenas vistas de la llanura navarra, con sus campos de cereal y cebada en su pleno espendor, los molinos de viento al alcance de la mano, la escultura y el ambiente de peregrinos reventados, brindando con tubos de linimiento. La bajada además de da larga está complicada por la cantidad de piedras. Fue la primer vez que pude caminar solo. Llegando a Puenta la Reina me encontré con las dos americanas que vi en el primer albergue de Roncesvalles y que daba por desaparacidas en combate. Al que tampoco habíamos vuelta a ver en el camino era al australiano. Ni al francés de Savoia, de Chambery, que cenó la primera noche con nosotros en Roncesvalles y que venía caminando desde la puerta de su casa. cuando le encontramos ya llevaba en las piernas más de mil kilómetros y tenía la piel curtida, como mi padre en verano cuando venía de la finca. También dudaba mucho de que hubiera llegado a Pamplona. Rascaba el sol y hubo que echarse crema solar. Se me hacía extraño caminar oliendo tan intensamente a verano y playa.

El Camino a esas alturas empezaba a adolecer de cierta monotonía. Más o menos ves todos los días a la misma gente, a las mismas caras, nos conocemos unos a otros y sabes ya con quien te apetece hablar y a quien le pondrías la zancadilla sin piedad. 

El albergue de Puente la Reina era muy bueno (  5 euros) no así el de Pamplona ( 8 euros) que no me gustó nada. Me tocó una cama de mierda, en un sitio de mierda por el que pasaba todo el mundo que entraba o salía del local. Lo mejor del día había sido la noticia de la abdicación de Don Campechano y ver en un balcón de la muy conservadora Pamplona una enorme bandera tricolor. Los portugueses me preguntaban, qué va a pasar ahora. Nada, qué va a pasar. La estacia en Pamplona se me hizo larga y aburrida. Muchos peregrinos veteranos caminaban hasta el siguiente pueblo, Cizur Menor, tres o cuatro kilómetros más lejos para evitar precisamente Pamplona. Y es que el ritmo del camino es un ritmo rural y propio. Las grandes ciudades son más un incordio que una ventaja. El camino es centrípeto. Se retoalimenta asi mismo con el ambiente de los albergues y de los peregrinos, como nos pasó en Puente La Reina. Después de asearse, lavar la ropa y asearse, Nico el catalán sacó el ukelelé y todos a cantar ( juro que canté y que aún no había bebido). Luego nos juntamos un grupo, hicimos compra, cocinamos y partida de cartas de sobremesa. Los coreanos que son con diferencia la colonia más poblada de extranjeros, nos miraban con asombro y envidia del jaleo que estabamos montando: buenos días señorita, buenos días caballero y al burro inglés. Luego salimos a dar un paseo por el pueblo y nos topamos con un grupo de estudiantes de Islandia que estaba realizando el Camino en biciclete y regresando al albaergue a dormir nos encontramos de nuevo con el australiano. El hombre había llegado a Pamplona el día anterior tarde y muy malamente y se había ido a un hotel. En el hotel se encontró con las dos holandesas que nos habíamos cruzado en Zubiri y al parecer en honor a nuestra vieja y lubrificada amistad se bajaron de nuevo varias botellas de vino. cuando le encontramos en Puente la Reina acababa prácticamente de llegar y estaba decidido a quedarse un día más en el pueblo para recuperarse.

Esa es otro de las cosas que más me sorprenden del Camino. La capacidad de sufrimiento y de superación que demuestans alguno peregrinos, como Raymond, el australiano y Giovanni, el brasileño. Los dos son puro dolor y continuan.

Desde Puente la Reina salí caminando con el brasileño. Estiramos juntos y estuvimos juntos hasta la primera cuesta. Empezar con él siempre me viene bien porque me marca el ritmo adecuado. Cuando me estaba preparando para venir era capaz de hacer veinte kilómetros a ritmo de más de seis kilómetros por hora. El ritmo del camino ronda los cuatro kilómetros por hora, incluso menos si el terreno es complicado. Es el ritmo adecuado y si no hubiera sido por el brasileño y si parsimonioso ritmo, estoy seguro que ya hubiera reventado o que estaría fisicamente bastante peor de lo que estoy. En el camino los esfuerzos se pagan muy caro. De hecho, el primer repecho, que estaba a unos cuatro kilómetros de empezada la etapa, cuando me quedé solo, acelerá el ritmo y llegue a Estella tocado. Con molestias en un tobillo. fue para mi un día pestoso en el que ningún momento me encontré bien pero el andar rápido me remató. Una de las figuras del Camino es la del peregrino farmacéutico. El que se conoce todos los mejunjes y remedios para todo síntoma y dolor. Hay un catalán al que recurrimos todos: que se radio salil para los dolores musculares, que si aceite de romero para las piernas, que si vicks vaporú para el hinchazón de pies, que si vaselina para los pìes y para las rozaduras. Yo me estrené en Estella con el Radio Salil y reconozco que se me ha quitado el dolor del tobillo.

El Estella me hospedé en el albergue parroquial con Don Manuel, el veterano de los nueve caminos y con Nicolás, el del Ukelelé. Es un albergue pequeño que está bastante a desmano, pero que Don Manuel nos había recomentado porque no cobraban y porque daban gratis el desayuno. Si llego a saber la cuesta que había que subir y lo pequeño que era me hubiera ido al municipal, donde se alojaron el brasileño y Nudia (la chica que cantó y comíó con nosotros el día anterior en Puente la Reina y que la pobre tiene que andar quitándose de encima a los hombres maduros). Don Manuel nos llevó a comer a un sitio fantástico que se llama Casanova y que nos dieron una menestra y unas carilleras por doce euros que se fundía el misterio. Comió con nosotros Rosa, la portuguesa que vive en el Perigord.  Después de la siesta salí a buscar al Brasileño y me lo encontré con Nudia. Fuimos los tres de compras. Tres brasileños como Giovanni y levantan la económía del país. Sobre todo la del pequeño comercio. En productos de farmacia se gasta ni se sabe y ayer tuvo que comprar un nuevo calzado porque el que se traía era poco apropiado. Dice que le va mejor. Luego nos separamos, yo estaba físicamente roto y necesitaba descansar. En el albergue estuve de cháchara con un sacercote alemán de ochentaiseis años que venía caminando desde Saint Jean Pied de Port. La conversacion fue larga y muy agradable, hasta que el caballero sacó a relucir la República de Weimar y el nombre de Hitler. Todavía hay.

Efectivamente en el albergue parroquial el desayuno era gratis y el madrugón doloroso. empecé a caminar a las sies y cuarto. Como siempre cinco minutos para estirar y luego a echarse crema porque el día prometía ser caluroso, como así fue. Afortunadamente no me volvieron los dolores y fue un día agradable. Tan sólo los últimos seis kilómetros se me hizo la mochila molesta y insoportable, también es verdad que con la comida que me sobra llevo cargo por lo menos con un kilo más de los que llevaba cuando empecé el primer día y se nota. Llegué a Los Arcos a los once y media. El albergue es municipal, cuesta seis euros y lo llevan unos belgas. Hemos cocinado Nico y yo una paella y hemos compartido mesa con Manolo, Giovani, Nudia, Rosa y una de las chicas brasileñas, la que no come carne ni fruta y desde Santiago se va en avión para la India. Y es que en el Camino hay gente para todo. La siesta de hoy ha sido bestial.






1 comentario:

Anónimo dijo...

He sido Hospitalera en el albergue parroquial de estella. Voy a hacer un matiz. No es gratis, sino que se da la voluntad. Es un albergue pequeño, sí, humilde, que depende de hospitaleros voluntarios que, en sus vacaciones, trabajan para recuperar la esencia del camino. Y el que da lo que tiene no está obligado a más.
Un saludo.
Majo