jueves, 29 de enero de 2009

El poder de las leyes (2)


Viviendo en el extranjero, de las muchas cosas que me llamaron la atención, es que en países como Austria, los lagos alpinos eran propiedad privada, o que en Italia, algunas playas eran igualmente privadas. Paseabas por la agreste montaña y los lagos estaban cercados. Si querías bañarte, tenías que pasar por taquilla. En Italia, pasaba igual.

A mis anfitriones les contaba que algo así en España era impensable, que me costaba entender que el acceso a la costa o a las vías fluviales no fuera libre y universal. Del mismo modo a ellos no les entraba en la cabeza que en España existiera una ley que declaraba la primera línea de costa propiedad del Estado y que todos aquellos predios construidos en las inmediaciones estaban obligados a habilitar pasos de libre y universal acceso para todos los ciudadanos. Nadie podía ni puede disfrutar de playas para su uso privado. Todos los españoles tenemos el derecho a disfrutar de nuestras costas sin restricciones de ningún tipo.

En fin, a veces nos sentimos orgullosos de nuestro origen, de nuestra nación, por motivos absolutamente estúpidos, como tener la mayor densidad de bares del mundo por kilómetro cuadrado, por ser los más ruidosos del mundo mundial, por haber inventado el calimocho o por madrugar durante siete días, en plenas fiestas para ponernos a correr delante de seis toros bravos por el centro de nuestras ciudades. Alucinante, ¿ verdad?

De todas las leyes posibles, que a fin de cuentas son las pocas poquísimas que conozco, la Ley de Costas es de las que más orgulloso me hacen sentir como español. No todo tenía por qué ser un desatre en este país.


Lectura recomendada: Thomas Bernhard " El Malogrado" ( autor austríaco, todo un reto para lectores inquietos)

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