viernes, 4 de junio de 2010

Las piedras ( y cuatro)




Decadas y decadas más tarde, cuando la dominación de los Ruanos estaba definitivamente asentada y los Facundos se habían acostumbrado a vivir bajo el yugo ruano y nadie les dicutía la patente para ejercer el culto a las piedras, los Melitones paseaban por las esquinas su rencor por su completa derrota militar, moral y religiosa. En los conciliábulos nocturnos seguían suspirando por la llegada de un guerrero victorioso, surgido de sus propias filas, capaz de aglutinar las exhaustas y precarias fuerzas, de retomar las armas y poner a sus enemigos donde se merecían.

Todo ese tiempo alimentaron la esperanza, mientras eran humillados por su condición de derrotados, vigilados por su condición de rebeldes y represaliados por su condición de resentidos. Sólo la esperanza de la venganza les mantenía vivos, despiertos e independientes. La llama de su excepcionalidad se mantenía viva.

Decadas y decadas más tardes surgió de entre sus filas la figura capaz de liderar su resurgimiento definitivo. No les prometió la victoria, por lo menos no la victoria militar, pero supo leer en el ambiente las ansias de cambio y de revancha y fue capaz de ir coleccionando con astucia todos y cada uno de los aspectos singulares de la cultura de los Melitones y armar el discurso sencillo y definitivo.

El Redentor que los melitones llevaban tanto tiempo esperando ya había llegado, estaba ahí con ellos, sólo había que abrir los ojos y aprender a verlo. El ejército que tenía que encabezar era de ángeles, no de soldados, y no les había traido la victoria, les había traido algo mejor, la Salvación, la Vida Eterna, el Reino de los Cielos. Quién podía mejorar una oferta semejante. La vida cotidiana era un mero accidente, un camino pedregoso y duro por el que había que transitar, pero lo que importaba era lo que venía después: el premio.

Aquel hombre supo articular un discuro en el que se habían recuperado los viejos ritos místericos del desierto ( la concepción virginal, la naturaleza divina del hombre, etc) y condensó en la figura del redentor diferentes aspectos de la época gloriosa de la resistencia: los orígenes humildes de los melitones, cuando los Ruanos les obligaron a censarse, cuando se reunían a la ribera de los ríos y sellaban su compromiso de resistencia con un bautizo de agua, cuando se armó la gran trifulca en el interior del templo de los Facundos, cuando crucificaban a las afueras de la ciudad a los Melitones rebeldes, cuando aquel escandinavo estrafalario había sido incapaz de entenderse con el centurión, etcétera.

Los melitones se rindieron enseguida a sus palabras.

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