lunes, 24 de enero de 2011

Rugby



Aún no había cumplido siete años, eso seguro. Todavía vivía en el pueblo y recuerdo que ya organizábamos partidos de rugby en el patio del colegio de las monjas. Sólo había una regla " al montón que ye grandón". Luego supe que el montón también tenía sus reglas y se llamaba "melè". Aquel deporte me fascinó desde el primer momento, fue lo que se dice un amor a primera vista. Por aquel entonces el Cinco Naciones estaba dominado por el quince rojo de Gales y desde entonces han sido mis colores. Los únicos, pase lo que pase ( salvo cuando hablamos de fútbol, claro, que son azules)

El segundo fogonazo fue a los ¿once?, ¿doce?, ¿trece años?. No lo sabría precisar pero de pronto nos vimos un grupo de amigos del colegio los sábados por la mañana en uno de los campos a las afueras de la ciudad, al mando de un muchacho inglés y otro americano, con un balón ovalado entre las manos y tratando de aprender los rudimentos de ese deporte que tanto me había fascinado de niño. La experiencia no se alargó más de un año y tampoco guardo un detallado recuerdo de aquellos días. La memoría es sabia y piadosa. Un día dejamos de ir a los entrenamientos y en mi recuerdo sólo quedan ciertas instrucciones y la humillación de haber recibido algún topetazo más fuerte del que podía soportar mi cuerpo de juguete.

El tercer episodio se remonta a la etapa universitaria. Me amigo M. se fue de Erasmus a Inglaterra y le rogué que me trajera una camiseta del equipo de Gales. Qué chorrada, pensarán, si hoy con internet se puede conseguir lo que se quiera; pero en los años ochenta no era tan sencillo y con mi camiseta roja fardaba mogollón. El Rubgy por aquellos años era un vínculo más con mi novia. No sé si el gusanillo del deporte de los quince se lo metí yo, pero si sé que los dos disfrutábamos viendo correr por un campo de rugby a Sergè Blanco o al enclenque Jonhatan Davis metiendo "drops" con una facilidad pasmosa. El dia que mi madre me tiró a la basura mi súper camiseta de gales, descolorida y rota, casi me da un patatús. Qué sabrán las madres del amor a unos colores...desvaídos.

El cuarto capítulo es reciente. Este año hemos llevado a Cascarrabias´Kid y al Agente Naranja a la escuela de Rugby de la ciudad. Están encantados y nosotros también. Nos gusta practicamente todo. El Rugby es el deporte de equipo por antonomasia, donde tipos como Messi no tienen nada que hacer si no tiene detrás catorce compañeros que lo respalden. Mientras que quince tipos mediocres, pero solidarios, compenetrados y comprometidos pueden conquistar la gloria. En los entrenamientos, cuando uno de los muchachos se salta las normas, el entrenador castiga a todo el equipo ( unas planchas, unas carreras) para que aprenden desde el primer día que todos son uno y lo que haga uno influye en todo el equipo. El ambiente en la grada es único, entre otras cosas porque tanto padres, como entrenadores, jugadores y aficionados nos sentimos como especies en peligro de extinción y nos apoyamos unos a otros como podemos: vendiendo papeletas, acudiendo a todas las actividades a las que se nos convoca con actituad militante o comprando camisetas de saldo para financiar al club. El rugby es un deporte técnico, donde las reglas de juego son relativamente sencillas, pero cuyo juego despliega muchas y difíciles variantes, con muchos automatismos y movimientos que cada jugador debe aprender, donde se juega más sin balón que con balón y donde los jugadores deben tener un dominio perfecto de los caprichosos efectos de un óvalo indomable. Que me lo digan a mi. Al principio teníamos nuestras reticencias en que el Agente Naranja jugará al rugby, siempre ha sido un niño mermado físicamente por culpa del asma. Qué equivocados estábamos. En cuanto ha empezado a practicar deporte al aire libre ha mejorado sensiblemente. Sin mencionar la ilusión y la ansia cuando llega el día del entrenamiento o del partido.

Aprovechando la obligación de traer y llevar a los muchachos yo también me visto de corto y corro por el campo con el grupo de veteranos, que tan generosamente me han acogido, jugando a que se jugar, moviéndome como si verdaderamente fuera capaz de correr sin desplomarme pasados diez metros y pasando la pelota como si no fuera tetrapléjico, yo, que me he vanagloriado los últimos veinte años de no haber derramado con éxito ni una sola gota de sudor. No sufran por mi, los veteranos no nos placamos, como dice Campanilla jugamos al pilla-pilla con una pelota en las manos, pero para mi es como haber rejuvenecido por lo menos por lo menos seis meses... ni digo siete porque no quiere que me consideren un exagerado.


Lectura recomendada: Albert Turró. " El Tercer Tiempo. Todo lo que hay que aprender de rugby mientras se beben unas cervezas", Saga Editorial.

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