lunes, 29 de octubre de 2012

La Segunda Infancia


La Reina de Saba ya no conoce a sus hijos. Nos reconoce. Si estamos con ella, aún sabe que somos sus hijos, pero si le preguntas sobre los hijos ausantes, es incapaz de evocarlos. A los allegados, yernos o nietos, ni siquiera los reconoce, sólo los relaciona. Cuando les ve, no sabe exactamente quienes son, pero por lo menos sabe que tienen algo que ver con ella y con alguno de su hijos. Esto es lo que hay. El deterioro se acelera.

La Reina de Saba vive una segunda infancia. Los bebés necesitan la sonrisa de sus padres para afianzar su personalidad, para encontrar su lugar en el mundo, la Reina de Saba también. Los bebes al principio son totalmente dependientes de su padres, la Reina de Saba también. A los bebés hay quedarles la comida, partirles el filete, quitarles las espinas, estar pendiente para que no metan la mano en el plato lleno de pure. A los bebés hay que bañarles y secarles e hidratarles, y vestirles. A los bebés hay que cambiarles los pañales.

Pero no es lo mismo. En ningún caso es lo mismo. Aunque sólo sea porque los bebés aprenden en el proceso, aunque sólo sea porque los bebés tiene todo un proyecto de vida por delante. Aunque sólo sea porque detrás de la Reina de Saba hay toda una memoría de otro tiempo muy diferente, el recuerdo de una mujer fuerte y decidida que nos sonrió, nos enseño a caminar, nos dio la comida, nos bañó, nos cambió los pañales, nos educó, nos aconsejó, nos riñó y nos sustuvo con todas sus armas y encantos en todo tiempo y condición y que ahora ve su dignidad de ser humano reducida a carne, afecto y excrementos.

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