martes, 21 de mayo de 2013

MODALES



Estoy en plena época de regresión cultural y social. En cuestiones de protocolo social retrocedo a pasos agigantados. A estas alturas de la película mis modales están ya a la altura de los de un Australopiteco, y bajando. Cada vez llevo peor las reuniones sociales por conveniencia, los eventos con la familia propia o política, las ceremonias donde uno debe hacer acto de presencia porque es de buen tono o porque lo dicta no se qué extraña norma que sirve para distinguir a los civilizados de los salvajes. Cada vez  valoro más la cercanía de personas que de verdad me importan y me satisfacen, con las que no debo fingir ni aparentar ser lo que no soy, donde no debo preocuparme de ser lo que otros esperan que sea. Tampoco es que gruña ni me restriegue la espalda contra la pared para marcar el terriotrio, pero ganas a veces no me faltan.

Este fin de semana sin ir más lejos asistí a una celebración ( bueno, debería decir mejor que fue un amigo mío, para no despertar suspicacias), bautizo más comunión en un mismo día, que cumplían todos los cánones que dicta la enciclopedia de las buenas normas sociales y del más alto copete: toda la familia convocada y en perfecto estado de revista, celebración religiosa primero, opipara comida  posterior en Club ( privado) de Golf de la ciudad, sobremesa con bebidas y partida de tute para rematar. No le faltó detalle, nadie reparó en gastos, pero todo sonaba a falso y cogido por los pelos; todo un derroche de oropel y una puesta en escena impecable, pero a todos los adultos se nos notaba que preferíamos estar en cualquier otro sitio menos allí.

Admiro a la gente que es capaz de moverse por esos ambientes refinados y de alta sociedad con naturalidad y frescura, gente con la suficiente sensibilidad para percibir que uno se encuentra fuera de su ambiente y son capaces de bajar, ponerse a tu nivel sin perder su altura y, lo que es más dícifil, sin que se note ni tengas porqué sentirte incómodo. No es el caso. Al contrario, parecía como si los organizadores se hubieran tomado un esfuerzo especial en sorprender y agasagar a la rama proletaria de la familia, y todo lo que consiguieron fue acentuar nuestro desasosiego y afilar nuestros ya de por si retorcidos colmillos.

El patriarca de la familia es un empresario que tuvo éxito en los negocios a base de trabajar y trabajar. El típico hombre hecho a su mismo, con esfuerzo y un puntito de suerte, que supo hacer una fortuna en el sector de la construcción del tardo franquismo. A continuación tomó posesión del estátus social que se supone a las personas con su nivel de ingresos, el colegio privado para sus hijas, la casita a pie de pista de esquí, el club de golf, los viajes transoceánicos. En fin, el pack entero. Dichosos ellos que se lo pueden permitir, pero lo cierto es que aún se les nota el pelo de la dehesa. Lo que Natura non da, el Banco Central Europeo non lo presta. La clase.

El colmo y el botón de muestra. Uno de los matrimonios tuvo el mal gusto de acudir a la celebración con su "nurse" filipina. Es como si sus hijos fueran también un deber social más, un engorro, un tema de conversación en la cafetería de la pista de padel, pero en ningún caso un compromiso o un proyecto. A mi me produce tristeza ver a esos niños que nadan en la opulencia material pero que carecen de lo más básico en la formación y equilibrio de un niño: el afecto y atención de sus padres. Lo de la "nurse" filipina, sin embargo, me indignó. No porque me parezca un trabajo indigno "per se", si no por la actitud de los padres con esa trabajadora. La "nurse", la extranjera con acento irreconocible que le partía el filete a los niños, que los entretenía y les limpiaba los mocos, la persona que decidía en último caso lo que estaba bien o no, las normas morales que regirán sus decisiones futuras, la persona que tendrá más influencia, aunque sea solapada, en su formación, no formaba parte de la familia, era un ente extraño, necesario, pero en ningún caso cercano y todos los gestos denotaban su exclusión y su cosificación. El colmo, decía, es que nos impusieran al resto de matromonios con hijos ahí presentes a la "nurse" para atender la mesa de nuestros propios hijos y a la que no nos atrevíamos a dirigirnos, a tratar como la persona que era, por pura cobardía, por lo absurdo de la situación y por no hacer aún más evidente la brecha.

Será de lo más civilizado, pero nunca entenderé esa moda de mezclar en las misma mesa a Churras con Merinas. Qué necesidad hay. ¡Con lo bien que hubiéramos estado los conocidos a solas en nuestra mesa despotricando contra los otros!. Pero no, hay que confraternizar. Hay que joderse. Uno de los dos, o ellos o nosotros estamos equivocados, pero lo que me quedó claro es que no vivimos en el mismo mundo, si acaso en mundos paralelos. Ni siquiera cuando hablabamos nos entendíamos. Era como si entre unos y otros hubiera un muro invisible y que al hablar, nuestra palabras chocaran en el muro, rebotaran y nos volvieran distorsionadas. Como nos vuelven distorsionadas, pensamos que son las palabras del otro porque no suenan como las nuestras, y como en realidad son nuestras propias palabras, y como reconocemos la música, la melodia con que regresan, nos gustan, pero lo único cierto es que en ningún momento hubo comunicación. Si acaso un leve cruce de enunciados, frases lanzadas al espacio con la esperanza de que alguien en algún plantea, alguna vez, las acogiera y ponderara en su justo valor, declamaciones que caían a fin de cuentas en saco roto, mientras yo miraba de reojo la mesa de los niños, reprimiendome las ganas de intervenir por no desautorizar a la "nurse" y hacer aún más profunda la brecha.

Al marchar, para despedirse la madre de los niños de la "nurse" - verdaderamente no tenía ninguna necesidad de hacerlo- halagó a nuestros chicos.

- Son unos niños muy educados- dijo.

Al principio Campanilla y yo nos sentimos tontamente halagados, pero a mi se me puso enseguida la mosca detrás de la oreja. En ese mundo paralelo, ¿ cómo se comportan los niños muy educados?, ¿ qué hechos inconfesables habían cometido mis retoños en el salón donde los recluyeron en la sobremesa para que no incordiaran a los adultos mientras su padre entretenía a la Tercera Edad de la familia y era vapuleado al tute sin compasión? Miedo me da.



No hay comentarios: