lunes, 2 de marzo de 2009

Laicismo e inmigración

El capitán Hadock estuvo a punto de no acompañar a Tintín en su aventura por el Tibet. Rayos y centellas. Afortunadamente para el devenir de las aventuras del intrépido periodista no le fue propicio el balotaje en las elecciones de Venerable de su logia y en el último minuto se vio liberado de responsabilidades con sus Hermanos. Recién llegado de Lhasa, repanzingado en su sillón y saboreando un vaso de güisqui, recibió el encargo del Venerable en Cátedra, su hermano y rival, de elaborar una plancha relacionada con el laicismo y la inmigración. Mil rayos y centellas. Bonito encargo a modo de fraternal recibimiento. Un encargo así es capaz de amargar a cualquiera el güisqui y la lectura. Hojeaba de nuevo un libro ilustrado sobre las tribus masái en kenia. Las fotos eran muy buenas y abundantes. Trató de concentrarse en vano en la lectura.

El envenenado encargo le rondaba la cabeza. De pronto cayó en la cuenta de que esa banda de felices africanos saltarines cuya cultura pastoril y libérrima siempre le había fascinado eran de golpe inmigrantes en potencia. Sólo había que meterlos en una patera y calzarles una gorra de jugador de beísbol en la cabeza y no se diferenciaban en nada de los africanos que cruzaban cada día el estrecho. Cien mil rayos y centellas. Apuro el vaso y se sirvió otro.

¿ Qué diablos esperaban encontrar en Europa todos esos desesperados que abandonaban su cielo claro, sus horizontes, sus paisajes, sus rebaños, sus gestos cotidianos, sus amigos, su familia ?, ¿ dinero, lujo, esperanza, aventura, libertad?, Cualquier persona en sus cabales sabe que como en casa, con los suyos, no se está en ningún lado. ¿huyen acaso de la miseria, del horror, del aburrimiento, de la molicie, del futuro cierto y pobre? Lo más probable. Esos australopitecos no buscan, huyen. Y lo que encuentran es en la mayoría de los casos más insoportable que todo lo que abandonaron: desarriago, miseria, intolerancia, incomprensión, dolor. Y sin embargo siguen viniendo a riadas.

Definitivamente no entendía el alma humana ni borracho. Por un millón de rayos y centellas. Abrió otra botella de güisqui. Cuando se instalaban en el país de acogida la soledad y el desarraigo les llevaba a buscar a sus iguales, a reagruparse con los de su mismo país, de su misma tribu, de su mismo pueblo, de su mismo idioma, de su misma dieta, de su misma fe. Se buscan unos a otros y se acaban tratando con gentes con las que en sus países de origen se negarían hasta el saludo. Y en la fuerza del grupo se reafirma en cada individuo sus costumbres más arraigadas y singulares, incluso aquellas constumbres que no había profesado nunca en sus países de origen. Cuántos compatriotas había conocido en sus frecuentes viajes que se atiborraban de tortilla de patata en cuanto pasaban los Pirineos, o que bailaban flamenco y daban palmas en cuanto salían al extranjero, o disertaban sobre las corridas sin haber visto un toro en su vida. La soledad es muy cabrona y el desarraigo tiene pocas recetas o alternativas. Muy pocos extranjeros consiguen integrarse en la cultura del país de acogida.

Normalmente acaban importando consigo la idiosincrasia de su tierra, acentúan sus diferencias y se aferran a su identidad como un naúfrago a una tabla de salvación. Por cien millones de rayos y centellas. Muchos inmigrantes se acaban pareciendo a la imagen que los del país de acogida tienen de ellos, aunque esa imagen sea ficticia, falsa, delirante. Bien mirado ese amoldamiento a las fantasías de los europeos es también una manera de integrarse. Los argentinos hablan lunfardo, dicen che y toman dulce de leche. Los caribeños hablan sabroso, dicen "mi amol" y comen platanos fritos con arroz. Los eslavos arrastran las erres, son tristes y beben vodka. Los gitanos roban gallinas, dicen "fragoneta" y "por mis muertos" y se casan vírgenes. Los moritos son todos terroristas, sucios y fanáticos religiosos. Qué sería el mundo sin güisqui ni estereotipos, por cien mil millones de rayos y centellas.

Y ahora hay quien piensa que el laicismo puede ser un remedio a los problemas de integración de los inmigrantes, que el laicismo propone una convivencia democrática, igualitaria, aséptica. Cien mil millones de rayos y centellas. El laicismo es un concepto democrático, no cultural. Comentaba Primo Levi que nunca había sido especialmente religioso y ,sin embargo, en Auschwitz, tomó conciencia de su raza judía y por primera vez en su vida profesó los ritos propios de su religión. Fue el dedo ajeno que le señalaba y le apretaba como a un mosquito el que le hijo tomar consciencia de su cultura. En el mundo moderno puede haber tantos guetos como individuos y en el gueto al individuo sólo le quedan los rasgos más hondo de su propio ser. No es tan fácil despojar a los inmigrantes del último reducto de su identidad, de su cultura, de su peculiar tabla de salvación. El laicismo es un fenómeno democrático y la democracia, la tolerancia son conceptos elaborados y sofisticados. La religión, entiéndase como hecho cultural, es un sentimiento primario, primitivo, primigenio. Les metemos en el gueto y los privamos de su cultura ¿A cambio de qué? , ¿con qué les proponemos rellenar ese vacío espiritual que les negamos cada día? Definitivamente hace falta algo más que unas hermosas palabras para que nuestros huéspedes se sientan cómodos.

Lectura recomendada: Primo Levi “ Si esto es un hombre”

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