miércoles, 10 de febrero de 2010

Silogismos



Queda demostrado que el Agente Naranja tiene una jeta como un piano y mucho arte.
Si los niños con jeta y mucho arte son peligrosos, luego siguiendo el silogismo, el Agente Naranja es un individuo tan pequeño como peligroso. Mientras no se tambaleen las premisas, el silogismo es de libro.

A las pruebas me remito.

El Agente Naranja, de natural alegre y expansivo, suele darse garbeos casuales y fugaces por la cocina para supervisar los preparativos de la cena. Cuando el menú le satisface todo va bien y desaparece como vino: silencioso y contento. Pero cuando el menú despierta sus recelos, como sucedió ayer, su presencia se manifiesta normalemente en forma de llanto. Riete tú de las comedias de Plauto. Ayer la cena debía ser una mierda porque se tiró en el rellano del pasillo y se puso a llorar desconsoladamente.

En ocasiones no tengo mucha paciencia para contemporizar con el penitente, pero en otras ocasiones, como ayer, sólo vengo molido del trabajo y estoy más dispuesto a dorarle la píldora. Me senté a su lado con dos toallas y el cubo con se fregona ( ¡ qué manera de llorar!) y a base de lisonjas y arrumacos consegui que me contará los motivos últimos de los que sugía su gran pena ( todo pura retorica porque él sabia que yo sabía y yo sabía que él sabía que yo sabía, que es lo que solemos hacer por los padres: creer que sabemos hasta que nos la meten doblada).

- Es que- me dijo envuelto en lágrimas- tengo una vida muy complicada. Lo que no deja de ser una respuesta de lo más ocurrente. Pero es que después, tras una pausa medida, tras largo suspiro y bañado en llanto, añadió - Y tú me lo complicas todavía más.

Yo miraba la cena y tampoco me pareció que era para tanto. Para habrá que respetar la libertad de expresión del infante.

Luego, bien pensado, debo reconocer que la sentencia de ese muchacho de cinco años no dejaba de encerrar una gran verdad: los padres estamos obligados a complicar la vida de esos salvajes; tenemos que molestarnos en que digan hola y adiós, gracias y por favor, enseñarles en que cedan el paso al entrar y al salir, en que no arrollen a los viejos con su ímpetu, insistir en que deben comer de todo, en que la sopa no se sorbe y el tenedor no es un puñal para acribillar filetes, que en la mesa hay que estar quieto y bien sentado, que uno no se toca la pirula o los pies mientras come, que no se debe uno levantar hasta que termina de comer, que la comida se mastica y no se llena la boca, etcétera, etcétera, etcétera. No puedo menos que darle la razón, su vida empieza a complicarse y yo soy uno de los máximos culpables.

A este tenor, recomiendo el libro de Salvador Cardús, " Bien educados" que defiende posturas realmente revolucionarias. En estos tiempos flácidos y poco dados a los convencionalismos y normas de urbanidad, el señor Cardus defiende precisamente la extrema modernidad de las covecciones y de las normas de urbanidad. Las reglas de convivencia social, con su rigidez y formulismo, facilitan y favorecen las relaciones sociales, entre otras razones porque nos dotan de referencias comunes a todos ls bípedos y cuantas más referencias tenemos, mas sencillas, fértiles, placenteras y prácticas son nuestras relaciones sociales.

Persoalmente es una pena que no se me haya pegado nada, a pesar de haberme leído el libro dos veces. Pero es que lo que natura no da, Salamanca no lo presta.

2 comentarios:

CarlosAG dijo...

En mi infancia tenía un abuelo divertido que se dedicaba a joder todo lo que entre el colegio y mis padres se iba educando:
"Mira, mañana en el colegio cuando pregunte la maestra quién sabe un villancico vas a cantar este que yo te enseño". Me lo cantó dos veces y quedó para siempre.
Y yo, más ufano que un torero tomando la alternativa, canté el villancico y luego vino el escándalo.
Claro que antes, con cinco años, con MAESTRAS y maestros en los colegios, con una cadena nada más, con Franco en el hospital, la gente en las calles y cosas de estas, un niño de cinco años era más ingenuo que la abeja Maya que ya es decir. Además, un abuelo que había pasado una o dos guerras era un personaje de novela como poco.
Ahora no. Tal vez haya algo de cierto en la teoría aquélla que hablaba de los macacos de cara roja de Japón, que aprendieron a lavar la comida; y a partir del número cien todos lo supieron hacer por instinto, no por imitación, incluso estando en diferentes colonias de macacos.
Tu macacos son personajes sorprendentes que adquirirán automáticamente una habilidad repetida miles de veces por otros como éllos porque ya está en el subconsciente colectivo de su especie. Pero mientras seamos un número tan escaso los que imponemos órdenes y no sorber la sopa y no limpiarse los mocos a la manga, las habilidades "socialmente correctas" no las adquirirán fácilmente. Y cuando las adquieran, seguro que algún abuelo o abuela vendrán a fastidiarlo todo.
Este último razonamiento es el que me lleva a pensar que los abuelos antes eran más divertidos y, si cabe, más cabrones que los de ahora, que cuando un abuelo malcría suele ser inconscientemente.
Ya sabes que somos una absoluta minoría los que tratamos de educar y asi la cosa no va fina. Paciencia.

Estés donde estés va por ti, güelito:
San José era carpintero
y vendía las virutas
y el dinero lo gastaba
en borracheras y en putas.
Ande, ande, ande, la Marimorena,
ande, ande, ande que la noche buena.

Sinapia dijo...

Jopetas, ¡ cómo se las gastaba el güelu!

Yo no creo que seamos cuatro amigos los que tratamos de educar. Otra cosa es que seamos coherentes y que sepamos a dónde queremos llegar. Cuántas veces hemos dicho "so" y a los cinco minutos llega la parienta y dice "arre". O al revés. Cuántas veces hemos dicho "so" por la mañana y por la tarde, por pereza, por cansancio o por tener la guardia baja hemos dicho "arre". Educar exije coherencia y constancia.

Lo del libro es sobre todo para nosotros, los adultos. Somos nosotros los que necesitamos recuperar las mecanismos de la buena educación, de sus convenciones más elementales, y si los tuviéramos asumidos, el mero ejemplo ante nuestros hijos sería un metodo pedogógico insuperable. Digno de macacos. El ejemplo tiene muchísima fuerza, para lo bueno, aunque no lo veamos, y para lo malo, como vemos, por ejemplo, cada vez que cojemos el coche. Por mis malos hábitos al volante mis hijos ya se expresan como camioneros.